“Hija mía, todo lo que
a la criatura le sirve de sufrimiento o de dolor, por una parte hiere a la
criatura, y por otra parte toca a Dios; y Dios sintiéndose tocado, da siempre a
cada toque que siente alguna cosa de divino a la criatura”.
+Libro de Cielo, 7-30.
SIN PERDER LA PACIENCIA
Lucas recoge las palabras de Jesús sobre las persecuciones y
la tribulación futuras subrayando de manera especial la necesidad de
enfrentarnos a la crisis con paciencia. El término empleado por el evangelista
significa entereza, aguante, perseverancia, capacidad de mantenerse firme ante
las dificultades, paciencia activa.
Apenas se habla de la paciencia en nuestros días, y sin
embargo pocas veces habrá sido tan necesaria como en estos momentos de grave
crisis generalizada, incertidumbre y frustración.
Son muchos los que viven hoy a la intemperie y, al no poder
encontrar cobijo en nada que les ofrezca sentido, seguridad y esperanza, caen
en el desaliento, la crispación o la depresión.
La paciencia de la que se habla en el evangelio no es una
virtud propia de hombres fuertes y aguerridos. Es más bien la actitud serena de
quien cree en un Dios paciente y fuerte que alienta y conduce la historia, a
veces tan incomprensible para nosotros, con ternura y amor compasivo.
La persona animada por esta paciencia no se deja perturbar
por las tribulaciones y crisis de los tiempos. Mantiene el ánimo sereno y
confiado. Su secreto es la paciencia fiel de Dios, que, a pesar de tanta
injusticia absurda y tanta contradicción, sigue su obra hasta cumplir sus
promesas.
Al impaciente, la espera se le hace larga. Por eso se crispa
y se vuelve intolerante. Aunque parece firme y fuerte, en realidad es débil y
sin raíces. Se agita mucho, pero construye poco; critica constantemente, pero
apenas siembra; condena, pero no libera. El impaciente puede terminar en el
desaliento, el cansancio o la resignación amarga. Ya no espera nada. Nunca
infunde esperanza.
La persona paciente, por el contrario, no se irrita ni se
deja deprimir por la tristeza. Contempla la vida con respeto y hasta con
simpatía. Deja ser a los demás, no anticipa el juicio de Dios, no pretende
imponer su propia justicia.
No por eso cae en la apatía, el escepticismo o la dejación.
La persona paciente lucha y combate día a día, precisamente porque vive animada
por la esperanza. «Si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la
esperanza en el Dios vivo» (1 Timoteo 4,10).
La paciencia del creyente se arraiga en el Dios «amigo de la
vida». A pesar de las injusticias que encontramos en nuestro camino y de los
golpes que da la vida, a pesar de tanto sufrimiento absurdo o inútil, Dios
sigue su obra. En él ponemos los creyentes nuestra esperanza.
José Antonio Pagola