ORIGEN DE LAS POSADAS NAVIDEÑAS.


LAS POSADAS NAVIDEÑAS.

EL PONCHE.

El ponche como lo conocemos actualmente surge de la mezcla entre la gastronomía y tradiciones europeas con las indígenas de nuestro país. El ponche no es una bebida exclusivamente mexicana, fue traída por los españoles; en otros países también se toma en esta época del año, aunque en el caso de México se adaptaron a la receta “estándar” algunos ingredientes originarios de aquí.

Esta deliciosa bebida proviene de la India, y su nombre se origina de la palabra “pãc” que significa cinco, el número de ingredientes que originalmente la componían (aguardiente de vino de palma, azúcar, limón, agua y té). Posteriormente, con la llegada de los ingleses a la India, se modificó al inglés con la palabra “punch” y de ahí, traducida ya al español, llegamos al término ponche.

Por lo regular el ponche se prepara es en grandes cantidades, como por ejemplo en las posadas y suele servirse caliente en jarritos de barro de forma individual, acompañado de fruta de temporada. En las ferias y bazares navideños lo venden, siendo una bebida imprescindible en las posadas y que, por lo mismo, figura con protagonismo en el maratón etílico conocido como Guadalupe-Reyes, que ya es parte de nuestra cultura popular. En los eventos religiosos el ponche también participa y se le puede ver en las puertas de las iglesias, donde se puede acompañar de buñuelos o tamales.



LAS POSADAS.

EL AGUINALDO.

l aguinaldo es uno de los signos del fin de año, junto con el nacimiento —o pesebre, como se le llama en algunos países—, sus peregrinos y el Niño Dios, las posadas con sus piñatas, los villancicos, el arbolito de Navidad y, a últimas fechas, Santa Claus. Pero todo parece indicar que estas festividades cristianas tienen su origen en una remota antigüedad pagana.

La costumbre

Precisar el origen de la costumbre de intercambiar obsequios como forma de festejar una fecha fausta y manifestar de manera material los buenos augurios, resulta tarea difícil, pero existen fechas en las que parece haber cierta coincidencia.

Se le atribuye a Tacio, rey mitológico de los sabinos que compartió con Rómulo —fundador de Roma— el trono y la corona de la Ciudad Eterna, el haber iniciado la costumbre de recoger ramos de verbena el primer día del año en el bosque consagrado a Estrenia —diosa de la salud y el vigor—, para implorar por su divina protección y después obsequiarlos, en un principio a Rómulo, y después a los parientes y amigos. El obsequio de la humilde planta fue pronto remplazado por regalos cada vez más suntuosos que se llamaban strene.

Por otro lado, muchas culturas de la Antigüedad eligieron el solsticio de invierno —que tiene lugar entre el 21 y el 22 de diciembre— para festejar a alguna de sus deidades. Entre ellas destacan: Mithra, que en sánscrito significa «amigo», que era el dios de la luz solar, objeto de culto en la India y en Persia, y cuya fiesta se celebraba el 25 de diciembre, con la culminación del solsticio invernal; Apolo, dios latino que correspondía al Helios griego, que era celebrado también el 25 de diciembre en la fiesta del Natalis Solis Invicti o «nacimiento del Sol invicto», y Saturno, dios de la agricultura y de las cosechas, que era celebrado durante las Saturnales —que iniciaban el 17 de diciembre y concluían el 25— de diversas maneras: ofreciendo al público grandes banquetes, dándose obsequios e intercambiando papeles entre amos y sirvientes.

La Iglesia católica no sólo adoptó de los paganos la fecha del 25 de diciembre como la del natalicio de Jesús, sino también la costumbre de intercambiar regalos. Éstos no sólo se reparten en la Navidad, sino también en la Epifanía del 6 de enero, que rememora la adoración del Niño por los Magos y de los obsequios simbólicos de oro, incienso y mirra. También se adoptó la costumbre de dar los «aguinaldos bautismales», que eran los regalos que se intercambiaban los padrinos con los padres del recién nacido y que han devenido en el llamado «bolo», que ahora se le exige al padrino, a gritos destemplados, en las fiestas de bautizo.


ORIGEN DE LAS POSADAS NAVIDEÑAS.

Origen de la tradición:

Las posadas son fiestas que tienen como fin, preparar la Navidad. Comienzan el día 16 y terminan el día 24 de Diciembre.

Su origen se remonta a los tiempos de la conquista, cuando los españoles llegaron a México, los aztecas creían que durante el solsticio de invierno, el dios Quetzalcóatl (el sol viejo) bajaba a visitarlos. Cuarenta días antes de la fiesta, compraban los mercaderes a un esclavo en buenas condiciones y lo vestían con los ropajes del mismo dios Quetzalcóatl. Antes de vestirlo, lo purificaban lavándolo. Salían con él a la ciudad y él iba cantando y bailando para ser reconocido como un dios. Las mujeres y los niños le ofrecían ofrendas. En la noche, lo enjaulaban y lo alimentaban muy bien.

Nueve días antes de la fiesta, venían ante él dos "ancianos muy venerables del templo" y se humillaban ante él. Durante la ceremonia, le decían: "Señor, sabrás que de aquí a nueve días se te acabará este trabajo de bailar y cantar porque entonces has de morir". Él debía responder: "Que sea muy en hora buena". Llegado el día de la fiesta, a media noche, después de honrarlo con música e incienso, lo tomaban los sacrificadores y le sacaban el corazón para ofrecérselo a la luna. Ese día en los templos se hacían grandes ceremonias, dirigidas por los sacerdotes, que incluían ritos y bailables sagrados, representando la llegada de Quetzalcóatl, así como ofrendas y sacrificios humanos en honor a él.

Durante el mes de diciembre, no sólo festejaban a Quetzalcóatl, sino que también celebraban las fiestas en honor a Huitzilopochtli. Estas fiestas duraban veinte días, iniciaban el 6 de diciembre y terminaban el 26 del mismo mes, eran fiestas solemnes que estaban precedidas por 4 días de ayuno y en las que se coronaba al dios Huitzilopochtli poniendo banderas en los árboles frutales. Esto es a lo que llamaban el "levantamiento de banderas". En el gran templo ponían el estandarte del dios y le rendían culto.

El pueblo se congregaba en los patios de los templos, iluminados por enormes fogatas para esperar la llegada del solsticio de invierno. El 24 de diciembre por la noche y al día siguiente, 25 de diciembre, había fiestas en todas las casas. Se ofrecía a los invitados una rica comida y unas estatuas pequeñas de pasta llamada "tzoatl".

Los misioneros españoles que llegaron a México a finales del siglo XVI, aprovecharon estas costumbres religiosas para inculcar en los indígenas el espíritu evangélico y dieron a las fiestas aztecas un sentido cristianos, lo que serviría como preparación para recibir a Jesús en su corazón el día de Navidad.

En 1587 el superior del convento de San Agustín de Acolman, Fray Diego de Soria, obtuvo del Papa Sixto V, un permiso que autorizaba en la nueva España la celebración de unas Misas llamadas "de aguinaldos" del 16 al 24 de diciembre. En estas Misas, se intercalaban pasajes y escenas de la Navidad. Para hacerlas más atractivas y amenas, se les agregaron luces de bengala, cohetes y villancicos y posteriormente, la piñata.

En San Agustín de Acolman, con los misioneros agustinos, fue donde tuvieron origen las posadas.

Los misioneros convocaban al pueblo al atrio de las iglesias y conventos y ahí rezaban una novena, que se iniciaba con el rezo del Santo Rosario, acompañada de cantos y representaciones basadas en el Evangelio, como recordatorio de la espera del Niño y del peregrinar de José y María de Nazaret a Belén para empadronarse. Las posadas se llevaban a cabo los nueve días previos a la Navidad, simbolizando los nueve meses de espera de María. Al terminar, los monjes repartían a los asistentes fruta y dulces como signo de las gracias que recibían aquellos que aceptaban la doctrina de Jesús.

Las posadas, con el tiempo, se comenzaron a llevar a cabo en barrios y en casas, pasando a la vida familiar. Estas comienzan con el rezo del Rosario y el canto de las letanías. Durante el canto, los asistentes forman dos filas que terminan con 2 niños que llevan unas imágenes de la Santísima Virgen y de San José: los peregrinos que iban a Belén. Al terminar las letanías se dividen en dos grupos: uno entra a la casa y otro pide posada imitando a San José y la Santísima Virgen cuando llegaron a Belén. Los peregrinos reciben acogida por parte del grupo que se encuentra en el interior. Luego sigue la fiesta con el canto de villancicos y se termina rompiendo las piñatas y distribuyendo los "aguinaldos".




LAS POSADAS.

EL ORIGEN DE LA COLACIÓN. 

El origen de este dulce que llena de color los mercados durante Navidad es incierto, sin embargo, ya se disfrutaba desde la época Colonial. El historiador Francisco Santiago Cruz, en Las artes y los gremios en la Nueva España (1960), habla de la importancia que tenían los dulces en la sociedad novohispana, tanto que se vendían en las puertas de las iglesias, en los tianguis y en las alamedas. Incluso menciona que a principio del Siglo XVII el Virrey Luis de Velasco y Castilla y Mendoza, dio la orden para que sólo se vendiera colación en las tiendas públicas de los confiteros.

Otro que habla de la colación como parte de las fiestas de Navidad es el cronista Guillermo Prieto en sus Memorias de mis tiempos (1906), quien señala que, en las posadas celebradas después de la Independencia, a los niños se les daban tompiatitos pequeños (hojas de palma) rellenos de colación (dulces cubiertos o frutas confitadas). Incluso cuenta que una tal señora Urruchua, viuda de un comerciante rico de apellido Martínez del Campo, distribuyó colación en valiosos platitos de plata en una posada de 1853, sólo para presumir su opulencia.

Se cuenta que la colación tal como la conocemos hoy —un dulce modesto, de uso rudo porque no utiliza una envoltura—, fue creado por doña Consuelo Anaya de Pérez. En 1926 esta mujer montó junto con su esposo, Fernando Pérez García, una pequeña fábrica donde elaboraban dulces con técnicas artesanales y maquinaria vieja. Sin embargo, el sabor y variedad de sus caramelos hicieron que el negocio prosperara. Tan bien le fue, que en la década de los 40 realizó varios cambios en su empresa, entre ellos el nombre. Eligió La Giralda, por la admiración que sentía por el paisaje y la cultura del sur de España.

Como todo negocio, la fábrica de dulces tenía meses muertos: los últimos del año; entonces doña Consuelo decidió hacer un nuevo producto para esa época: tomó la rebaba de dulce y un poco de salvado y los mezcló. Resulto un dulce un tanto duro, pero de buen sabor. Lo llamó colación. Se volvió un éxito y ahora es parte del imaginario colectivo.

Aunque ya han incursionado a las posadas otros dulces, la colación sigue presente. Hay que darse una vuelta a los mercados mexicanos para ver que abundan los contendores con su carga de color, como si de confeti se tratara, de donde se sirve a granel, siempre acompañada por sus inseparables amigas, las galletas de animalitos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario


Amén. El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “Así sea ¡” que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa, ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente o sencillamente: Sí. En efecto, este adverbio deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cfr. Fe). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. 1. Compromiso y aclamación. El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “Sea” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (1Re 1,36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm. 5,22). Todavía más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13). En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo “bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y y en este concepto tiene su puesto después de las doxologías (1 Cr 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rom 1,25; Gal 1,5;2 Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oídas se comprende su sentido (1 Cor 14,16). Finalmente, el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al aleluya.

CUANDO UNA PERSONA SE HA IDO. VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS. NO LLORES SI ME AMAS. No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. (San Agustín)

LA FELICIDAD DE JESÚS. José Antonio Pagola

NUESTRA CULTURA PROMOCIONA ASPECTOS QUE PERJUDICAN LA SALUD .   SER EL PRIMERO EN TODO? El espíritu competitivo provoca mucho daño en todos ...