ÁNGELES.
Dios al crear a los
espíritus puros, como seres libres, les da la alternativa de seguirlo
libremente. Fueron creados en estado de gracia, elevados a la familiaridad
divina. Ellos tuvieron delante de sí la alternativa de seguir a Dios o de
rechazarlo. Fueron colocados en una prueba de carácter moral; la elección que
tuvieron que hacer fue decisiva: estar con Dios o en contra de Dios.
"De hecho, como
dice claramente la Revelación, el mundo de los espíritus puros aparecen
divididos en buenos y malos. Pues bien, esta división no se obró por creación
de Dios, sino sobre la base de la propia libertad de la naturaleza espiritual
de cada uno de ellos. Se realizó mediante la elección que para los seres
puramente espirituales posee un carácter incomparablemente más radical que la
del hombre y es irreversible, dado el grado de intuición y de penetración del
bien, del que está dotada su inteligencia. A este respecto se debe decir
también que los espíritus puros han sido sometidos a una prueba de carácter
moral... en el caso de los espíritus la elección decisiva concernía ante todo a
Dios mismo" (Juan Pablo II, ibíd.).
En la elección hubo
espíritus puros que se sometieron a Dios; de ahí que "los buenos han
elegido a Dios como Bien supremo y definitivo, conocido a la luz de la
inteligencia iluminada por la Revelación. Haber escogido a Dios significa que
se han vuelto hacia El con toda la fuerza interior de su libertad, fuerza que
es amor. Dios se ha convertido en el objetivo total y definitivo de su
existencia espiritual" (ibíd).
Pero hubo espíritus
rebeldes, espíritus soberbios, que se opusieron a Dios. Estos espíritus son
aquellos que "han vuelto la espalda a Dios contra la verdad del conocimiento
que señalaba en El Bien total y definitivo. Han hecho una elección en contra de
la Revelación del Misterio de Dios, contra su gracia, que los hacía partícipes
de la Trinidad y de la eterna amistad con Dios, en la comunión con El mediante
el amor. Basándose en su libertad creada, han realizado una opción radical e
irreversible, al igual que la de los ángeles buenos, pero diametralmente
opuesta: en lugar de la aceptación de Dios, plena de amor, le han opuesto el
rechazo inspirado por un falso sentido de autosuficiencia, de aversión y hasta
de odio, que se ha convertido en rebelión" (ibid).
JERARQUÍA Y PRUEBA MORAL.
Los ángeles han sido creados por Dios; lo expresa la S. Escritura: "Tú, ¿oh Yahvé?, eres único; Tú hiciste los cielos y los cielos de los cielos y su milicia... y los ejércitos de los cielos te adoran" (Neh. 9, 6); y el Magisterio de la Iglesia lo definió expresamente en los concilios IV de Letrán y Vaticano I (Dz 428 y 1783).
La existencia de los ángeles muestra la belleza y armonía del universo creado, pues para la perfección del universo se requiere cierta gradación en las criaturas en orden a manifestar la infinita perfección de Dios, creador de todas ellas. Y vemos que existen creaturas que se parecen a Dios únicamente en el existir, como las piedras; otras en el vivir, como las plantas y los animales; otras, en el entender imperfectamente, como el hombre. Parece, pues, natural que existan otras creaturas puramente espirituales y perfectamente intelectivas (los ángeles) que se parezcan a Dios de la manera más perfecta en que pueden parecérsele las creaturas (cfr. S. Th., I, 50, 1).
Es necesario decir que los ángeles no son Dios sino creaturas, en dependencia de El. Santo Tomás, el príncipe de los teólogos, hace el siguiente razonamiento teológico:
“Es necesario decir que los ángeles, y todo lo que existe fuera de Dios, fue creado por Dios. Porque solamente Dios es su propio ser, y en todas las demás cosas el ser difiere de la esencia, como ya demostramos más arriba.
“Luego es evidente que sólo Dios es el Ser por esencia, y que todas las
demás cosas son seres por participación. Pero todo lo que es por participación
tiene por causa lo que es por esencia, como todo lo encendido es causado por el
fuego. Luego es necesario que los ángeles hayan sido creado por Dios"
(Suma Teológica, I, q. 61, a. 1).
Estos seres espirituales han sido creados por Dios, encontrándose en un orden jerárquico. La palabra jerarquía, del griego: ierós: sagrado, y arjé: principio de orden, significa orden sagrado. Se refiere por consiguiente a todos aquellos que tienen mando o autoridad sagrada sobre sus subordinados. El primero en hablar de jerarquía angélica fue Dionisio Areopagita en su clásica obra de De Caelesti Hierarchia. Su clasificación fue aceptada, en general por los padres y teólogos posteriores, dado su enorme prestigio.
Para Dionisio jerarquía es "un orden sagrado, un saber y actuar lo más próximo posible a la Deidad, que tiende a la imitación de Dios en proporción de las luces que de El recibe; la Hermosura de Dios, tan simple, tan buena, origen de toda perfección, no admite en sí la menor desemejanza. Dispensa a todos, según el mérito de cada cual, su propia luz, y los perfecciona revistiéndolos misteriosa y establemente de su propia forma. La jerarquía, pues, tiene por fin lograr en las criaturas, en cuanto sea posible, la semejanza y unión con Dios. Una jerarquía tiene a Dios como maestro de todo saber y acción." (De Caelesti Hierarchia, cap. 3, 1). Dionisio divide los nuevos coros en tres jerarquías:
Primera jerarquía: Es la más cercana a Dios, la más inherente y la más
unida al Ser divino. La componen los siguientes coros:
1° Los serafines, espíritus incandescentes de fuego y amor, con el que
inflaman a los demás.
2° Los querubines, que llenos de ciencia divina, reflejan la luz divina
e iluminan a los demás.
Segunda Jerarquía:
Ocupa un lugar intermedio y sirve de enlace entre la primera, que está en
contacto con Dios, y la tercera, en contacto con las criaturas. Está formada
por los siguientes coros:
1° Las dominaciones,
espíritus libres de toda opresión que, sin el menor temor servil, permanecen
solícitos ante Dios, están continuamente a su servicio y dominan a los
espíritus angélicos inferiores.
2° Las virtudes, que
dotadas de una fuerte e invencible virilidad, manifiestan en todos sus actos
una potencia deiforme, impiden cualquier disminución de la luz divina infusa y
prestan a los ángeles inferiores la fortaleza que necesitan.
3° Las potestades, que
incapaces de abusar tiránicamente de su poder y siempre invenciblemente
dirigidos hacia las cosas de Dios, prestan a los demás ángeles un concurso
bienhechor
EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS
Para adquirirlo es necesario, también, la gracia de Dios.
"Con la gracia divina -dice San Antonio- es fácil conocer la presencia de
los buenos y de los malos espíritus. Porque la visión de los santos no trae
consigo perturbación. No gritan, ni hablan alto; no levantan la voz, sino que
se produce tan plácida y tranquilamente, que causa en el alma gozo, júbilo y
alegría. Con ellos está el Señor, que es nuestro gozo, y el poder de Dios. Y
los pensamientos del alma permanecen serenos... Pero las incursiones y
fantasías de los malos acaecen con ruidos, rumor, sonidos y clamor, como si
fuera un tumulto de jóvenes indisciplinados o ladrones. De donde nace pavor,
turbación, confusión de pensamientos, tristeza, odio a los ascetas, acedía,
abatimiento de ánimo, recuerdo de la familia, temor a la muerte y finalmente,
deseos impuros, pusilanimidad respecto a la virtud, y costumbres
desordenadas" (Vita Antonii 35-36).
Y, ahora bien, según los maestros de la vida espiritual, los
espíritus que afectan al alma se dividen en tres: el espíritu Divino, el de
Dios; el espíritu carnal, puramente natural, que procede de la naturaleza
humana caída, y en fin, el espíritu diabólico, el del demonio, que se oculta,
engaña y a veces se "transfigura" en ángel de luz, siendo en realidad
de tinieblas. Uno de estos tres espíritus domina generalmente en cada alma. Es
necesario, frente a esta situación interior, la ayuda. "He visto a monjes
que, después de muchos años de trabajos -dice S. Antonio-, cayeron y llegaron
hasta la locura por haber contado con sus propias obras y no haber aceptado el
mandamiento de Dios que dice: "Interroga a tu padre y te lo enseñará"
(Apophtegmata, 37).
Importa mucho, pues, saber qué espíritu nos mueve. Hay que
entrar en el santuario del alma, a la colmena del corazón, donde se prepara la
miel de la sabiduría, para discernir lo que viene de Dios, de la naturaleza
caída, o de los demonios.
Para clarificar, ejemplificar, cómo actúan estos diversos
espíritus, recurro a una hermosa síntesis hecha por el P. Garrigou Lagrange, en
su profundo libro Las Tres Edades de la Vida Interior. En esta obra indica
cuáles son las señales de cada uno de estos tres espíritus.
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