EL ESPÍRITU SANTO.

 


EL ESPÍRITU SANTO.

El discernimiento “no es en fondo ni un arte ni una técnica, sino un carisma, o sea un don del Espíritu”, ha afirmado el padre Cantalamessa. También ha afirmado que al lado de la escucha de la Palabra, “la práctica más común para ejercitar el discernimiento a nivel personal es el examen de conciencia”. Esto –ha indicado– no debería limitarse solamente a la preparación para la confesión, sino volverse una capacidad constante de ponerse bajo la luz de Dios y dejarse ‘escrutar’ en la intimidad por Él.

Finalmente, el padre Cantalamessa ha señalado que el fruto concreto de esta meditación tendría que ser una “renovada decisión de confiarse todo y enteramente” a la guía interior del Espíritu Santo, como en una especie de “dirección espiritual”. Así, su última sugerencia ha sido “abandonarnos al Espíritu Santo como las cuerdas del arpa a los dedos de quien las mueve.


INVOCACIÓN AL ESPÍRITU SANTO.
Invocamos al Espíritu Santo.

Espíritu de Dios,
que al comienzo de la creación te cernías sobre los abismos del universo y transformabas en sonrisa de belleza
el gran despertar de las cosas, desciende ahora sobre la tierra
y dónale el escalofrío de los comienzos.
Este mundo que envejece, rózalo con el ala de tu gloria.
Devuélvenos a los primeros gozos Vuélvete sin medida sobre todas nuestras aflicciones.
Inclínate una vez más sobre nuestro viejo mundo en peligro.
Y el desierto finalmente de nuevo será jardín, y en el jardín florecerá la justicia y fruto de la justicia será la paz.
Espíritu de Dios, que junto a las orillas del Jordán
descendisteis plenamente sobre la cabeza de Jesús
y lo proclamaste Mesías, inunda esta porción de tu cuerpo místico recogida ante tí.
Adórnala con un vestido de gracia.
Conságrala con la unción e invítala a llevar el alegre anuncio a los pobres y vendar las heridas de los corazones destrozados,
a proclamar la libertad de los esclavos, la liberación de los prisioneros y a promulgar el año de misericordia del Señor.
Líbranos del miedo del no poder más.
Que de nuestros ojos salgan invitaciones a sobrehumana
transparencia.
Que de nuestro corazón brote abundantemente audacia mezclada con ternura.
Que de nuestras manos se derrame la bendición del Padre
sobre todo lo que acariciamos.
Haz resplandecer de gozo nuestros cuerpos
Revístelos de vestidos nupciales.
Y cíñelos con cinturas de luz,
para que, para nosotros y para todos, no tarde el


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Amén. El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “Así sea ¡” que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa, ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente o sencillamente: Sí. En efecto, este adverbio deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cfr. Fe). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. 1. Compromiso y aclamación. El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “Sea” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (1Re 1,36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm. 5,22). Todavía más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13). En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo “bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y y en este concepto tiene su puesto después de las doxologías (1 Cr 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rom 1,25; Gal 1,5;2 Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oídas se comprende su sentido (1 Cor 14,16). Finalmente, el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al aleluya.

CUANDO UNA PERSONA SE HA IDO. VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS. NO LLORES SI ME AMAS. No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. (San Agustín)

LA FELICIDAD DE JESÚS. José Antonio Pagola

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