IMÁGENES SAGRADAS.



 IMÁGENES SAGRADAS.


¿Las imágenes son también una invitación a la oración?
Ciertamente. El arte y la iconografía cristiana, además de ser instrumentos al servicio de la evangelización y de la catequesis, han sido siempre y lo son todavía un invito a la oración: “La belleza y el color de las imágenes son un estimulo para mi oración. Es una fiesta para mis ojos, así como el espectáculo de la campana abre mi corazón a rendir gloria a Dios” (San Juan Damasceno, De sacris imaginibus oratio 1, 47). La contemplación de las imágenes sagradas, unida a la escucha de la Palabra de Dios, ayuda a imprimir en la memoria del corazón el misterio que viene percibido, solicitando a transformarlo en oración y a testimoniarlo en aquella novedad de vida, que proviene de la fe cristiana y que tiene su centro en cristo.
¿Las imágenes religiosas en qué relación están con Cristo?
En la iconografía cristiana todas las imágenes tienen como finalidad principal anunciar a la persona, el mensaje y la obra de Cristo, siendo él, el Revelador perfecto de Dios Padre y el Salvador único y permanente del hombre y del mundo. “La imagen de Cristo es la icona por excelencia. Las demás, que representan la Señora y los Santos, significan Cristo, que en ellos es glorificado” (Compendio, nr. 240), y, anunciando Cristo, ayudan hacer nacer y crecer la fe y el amor hacia él. Venerar los Santos significa reconocer que Dios es la fuente, el centro y el culmen de su santidad: los santos han acogido con la ayuda del Espíritu Santo, la santidad de Dios en la fe y a tal santidad divina han correspondido dócilmente con una vida santa, siguiendo e imitando Cristo, la imagen por excelencia de Dios invisible.
Por esto cuando entramos en la Iglesia, hace falta buscar ante todo el sagrario, donde, está encendida la lámpara eucarística, está presente Cristo-Eucaristía en el modo verdadero, real, sustancial: Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. El regalo de nuestro saludo y de nuestra oración va dirigida por tanto ante todo a él, muy antes de las imágenes de los santos, imágenes que son hechas de materia. 

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Amén. El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “Así sea ¡” que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa, ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente o sencillamente: Sí. En efecto, este adverbio deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cfr. Fe). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. 1. Compromiso y aclamación. El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “Sea” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (1Re 1,36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm. 5,22). Todavía más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13). En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo “bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y y en este concepto tiene su puesto después de las doxologías (1 Cr 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rom 1,25; Gal 1,5;2 Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oídas se comprende su sentido (1 Cor 14,16). Finalmente, el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al aleluya.

CUANDO UNA PERSONA SE HA IDO. VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS. NO LLORES SI ME AMAS. No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. (San Agustín)

LA FELICIDAD DE JESÚS. José Antonio Pagola

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