Visiones completas de Ana Catalina Emmerick



 VISIONES COMPLETAS DE ANA CATALINA EMMERICK.

Amarga pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

Institución de la Sagrada Eucaristía.

Por orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que no había acabado de alzar: púsola en medio de la sala, y colocó sobre ella un jarro lleno de agua y otro lleno de vino. Pedro y Juan fueron a la parte de la sala en donde estaba el hornillo del cordero pascual, para tomar el cáliz que habían traído de la casa de Serafia, y que estaba en su bolsa. Lo trajeron entre los dos como un tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella una fuente ovalada con tres panes ácimos blancos y delgados; los panes fueron puestos en un paño con el medio pan que Jesús había guardado de la Cena pascual. Había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una de aceite espeso, la otra de aceite líquido, y la tercera vacía. 

Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y de beber en el mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de fraternidad y de amor que se usaba para dar la bienvenida o para despedirse; yo pienso que debe haber algo acerca de esto en la Sagrada Escritura. Jesús elevó hoy este uso a la dignidad del más Santo Sacramento: hasta entones había sido un rito simbólico y figurativo. Este fue uno de los cargos presentados a Caifás por la traición de Judas: Jesús fue acusado de haber añadido a las ceremonias de la Pascua algo nuevo, pero Nicodemo probó con las Escrituras que era un uso antiguo. 

Jesús se colocó entre Pedro y Juan: las puertas estaban cerradas; todo se hacía con misterio y solemnidad. Cuando el cáliz fue sacado de la bolsa, Jesús oró, y habló muy solemnemente. Yo vi a Jesús explicando la Cena y toda la ceremonia: me pareció un sacerdote enseñando a los otros a decir misa.

Sacó del azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita; tomó un paño blanco que cubría el cáliz. y lo tendió sobre el azafate y la tablita. Después le vi quitar de encima del cáliz una tapa redonda, y la puso sobre la misma tablita.

Luego sacó los panes ácimos del paño que los cubría, y los puso sobre esta tapa; sacó también de dentro del cáliz un vaso más pequeño, y puso, a derecha y a izquierda, las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan y los óleos, según creo: elevó con sus dos manos la patena con los panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa, y la cubrió. Tomo después el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan

echara el agua que había bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó con una cucharita: entonces bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio, y lo puso sobre la mesa.


Juan y Pedro le echaron agua sobre las manos, encima del plato en donde habían estado los panes; tomó con la cuchara, que sacó del pie del cáliz, un poco del agua vertida sobre sus manos, y la derramo sobre las de ellos; después el plato pasó alrededor de la mesa, y todos se lavaron con él las manos. No me acuerdo si éste fue el orden exacto de las ceremonias: lo que sé es que todo me recordó, de manera extraordinaria, el santo sacrificio de la Misa.

Jesús se mostraba cada vez más afectuoso; díjoles que iba a darles todo lo que tenía, es decir, Él mismo, como si se hubiera derretido todo en amor. Le vi volverse transparente; se parecía a una sombra luminosa, Rompió el pan en muchos pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un poco del primer pedazo, y lo echo en el cáliz. Mientras hacía esto, me pareció ver a la Virgen Santísima recibir el Sacramento de un modo espiritual, a pesar de no estar presente. No sé como se hizo esto, pero creí verla entrar, sin tocar el suelo, y colocarse enfrente del Señor para recibir la Sagrada Eucaristía, y después no la vi.

Por la mañana, Jesús le había dicho en Betania que celebraría la Pascua con ella de un modo espiritual, y habíale indicado la hora en que se había de poner en oración para recibirla en espíritu. Jesús oró y enseñó todavía: las palabras salían de su boca como el fuego de luz, y entraban en los apóstoles, excepto en Judas. Tomó la patena con los pedazos de pan (no sé si la había puesto sobre el cáliz), y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que será dado por vosotros. Extendió su mano derecha como para bendecir, y mientras lo hacía, gran resplandor salía de Él : sus palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los apóstoles como un cuerpo resplandeciente: los vi a todos penetrados de luz; Judas sólo estaba tenebroso. Jesús presentó primero el pan a Pedro, después a Juan; en seguida hizo señas a Judas que se acercara; éste fue el tercero a quien presentó el Sacramento, pero fue como si las palabras del Señor se apartasen de la boca del traidor, y volviesen a Él.

Yo estaba tan agitada, que no puedo expresar lo que sentía. Jesús le dijo: «Haz pronto lo que quieres hacer». Después dio el Sacramento a los otros apóstoles, que se acercaron de dos en dos. Jesús elevó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y pronunció las palabras de la consagración: mientras las decía, estaba transfigurado y transparente: parecía que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano, y lo puso sobre la mesa. Juan echó la sangre divina del cáliz en las copas, y Pedro las presentó a los apóstoles, que bebieron dos a dos en la misma copa. Creo, sin estar bien segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No volvió a su sitio, sino que salió en seguida del Cenáculo. Los otros creyeron que Jesús le había encargado algo. Se retiró sin rezar y sin dar gracias, y por esto se puede ver cuán culpable es el retirarse sin dar gracias después del pan cotidiano y después del pan eterno. Mientras duró la comida, vi aliado de Judas una figura horrenda, que tenía un pie como un hueso seco; cuando estuvo delante de la puerta, vi tres demonios en derredor suyo: el uno entraba en su boca; el otro lo empujaba, y el tercero corría delante de él.

Era de noche, y parecía que le alumbraban: iba corriendo como un insensato. 

El Señor echó en el vasito de que he hablado un resto de sangre divina que quedaba en el fondo del cáliz; después puso sus dedos sobre él, y Pedro y Juan le echaron otra vez agua y vino. Después les dio a beber de nuevo en el cáliz, y el resto lo echó en las copas y lo distribuyó a los otros apóstoles.

En seguida Jesús limpió el cáliz, metió dentro el vasito donde estaba el resto de la sangre divina, puso encima la patena con lo restante del pan consagrado, luego la tapadera y envolvió el cáliz, colocándolo en medio de las seis copas. 

Después de la Resurrección, vi a los apóstoles comulgar con el resto del Santísimo Sacramento.

No recuerdo haber visto que el Señor comiera o bebiera el pan y el vino consagrados; no vi tampoco que Melquisedec, cuando ofreció el pan y el vino, lo probase. He sabido por qué los sacerdotes participan del Sacramento, aunque Jesús no lo ha hecho.

Mientras Ana Catalina hablaba, de pronto se puso a mirar en derredor, como sí escuchase. Recibió una explicación, de la que no pudo comunicar más que lo siguiente: 

Si los ángeles la hubieran distribuido, no hubiesen participado de ella; si los sacerdotes no participaran de la Eucaristía, se hubiera perdido: por eso es por lo que se conserva.

Había en todo lo que Jesús hizo cuanto a la institución de la Sagrada Eucaristía cierta regularidad y cierta solemnidad: sus movimientos a un lado y a otro estaban llenos de majestad. Vi a los apóstoles anotar alguna cosa en unos pedacitos de pergamino que traían consigo. Mientras duró la ceremonia, los vi muchas veces inclinarse uno delante de otro, a la manera de nuestros sacerdotes.


VISIONES COMPLETAS DE ANA CATALINA EMMERICK.

Encuentro de Joaquín y Ana.

 

Joaquín fue guiado por los sacerdotes hasta la puerta del pasillo subterráneo, que corría debajo del templo y de la puerta derecha. Era éste un camino que se usaba en algunos casos para limpieza, reconciliación o perdón.

Los sacerdotes dejaron a Joaquín en la puerta, delante de un corredor angosto al comienzo, que luego se ensanchaba y bajaba insensiblemente.

Había allí columnas forradas con hojas de árboles y vides y brillaban los adornos de oro en las paredes iluminadas por una luz que venía de lo alto.

Joaquín había andado una tercera parte del camino, cuando vino a su encuentro Ana, en el lugar del corredor, debajo de la puerta dorada donde había una columna en forma de palmera con hojas caídas y frutos. Ana había sido conducida por los sacerdotes a través de una entrada que había del otro lado del subterráneo. Ella les había dado con su criada las palomas

para el sacrificio, en unos cestos que había abierto y presentado a los sacerdotes, conforme le había mandado el ángel. Había sido conducida hasta allí en compañía de otras mujeres, entre ellas, la profetisa Ana. He visto que cuando se abrazaban Joaquín y Ana, estaban en éxtasis. Estaban rodeados de numerosos ángeles que flotaban sobre ellos, sosteniendo una torre luminosa y recordando la torre de marfil, la torre de David y otros títulos de las letanías lauretanas. Desapareció la torre entre Joaquín y Ana: ambos estaban llenos de gloria y resplandor. Al mismo tiempo, el cielo se abrió sobre ellos

y vi la alegría de los ángeles y de la Santísima Trinidad y la relación de todo esto con la concepción de María Santísima. Cuando se abrazaron, rodeados por el resplandor, entendí que era la concepción de María en ese instante, y que María fue concebida como hubiera sido la concepción de todos sin el pecado original. Joaquín y Ana caminaban así, alabando a Dios, hasta la salida. Llegaron a una arcada grande, como una capilla donde ardían lámparas, y salieron afuera.

Aquí fueron recibidos por los sacerdotes, que los despidieron. El templo estaba abeto y adornado con hojas y frutos. El culto se realizaba bajo el cielo, al aire libre. En cierto lugar había ocho columnas aisladas adornadas con ramajes. Joaquín y Ana llegaron a una salida abierta al borde extremo de la montaña del templo, frente al valle de Josafat No era posible ir más lejos en esa dirección, pues el camino doblaba a derecha e izquierda. Hicieron todavía una visita a un sacerdote y luego los vi con su gente dirigirse a su casa. Una vez llegado a Nazaret, Joaquín dio un banquete de regocijo, sirvió a muchos pobres y repartió grandes limosnas. Vi el júbilo y el fervor de los esposos y su agradecimiento a Dios, pensando en su misericordia hacia ellos; obsérvelos a menudo orando juntos, con los ojos bañados en lágrimas.

Se me explicó en esta ocasión que los padres de la Santísima Virgen la engendraron en una pureza perfecta, por el efecto de la obediencia. Si no hubiera sido con el fin de obedecer a Dios, habrían guardado perpetua continencia.

Comprendí, al mismo tiempo, cómo la pureza, la castidad, la reserva de los padres y su lucha contra el vicio impuro tiene incalculable influencia sobre la santidad de los hijos engendrados. En general, siempre vi en la incontinencia y en el exceso, la raíz del desorden y del pecado. Vi también que mucha gente se congratulaba con Joaquín por haber sido recibida su ofrenda en el templo.

Después de cuatro meses y medio, menos tres días, de haber concebido Ana bajo la puerta dorada, vi que María era hecha tan hermosa por voluntad de Dios. Vi cómo Dios mostraba a los ángeles la belleza de esa alma y cómo ellos sintieron por ello inexplicable alegría. He visto también, en ese momento, cómo María se movió sensiblemente por primera vez dentro del seno materno. Ana se levantó al punto y se lo comunicó a Joaquín; luego salió a rezar bajo aquel árbol debajo del cual le había sino anunciada la Concepción Inmaculada.



Visiones completas de Ana Catalina Emmerick

De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José –

 

Sección 1

Ascendientes de Santa Ana

En tiempo de los abuelos de Ana era jefe de los Esenios el anciano Arcos.

 

Este hombre tenía visiones en la cueva de Elías, en el monte Horeb, referentes a la venida del Mesías. Sabía de qué familia debía nacer el Mesías. Cuando Arcos tenía que profetizar sobre los antepasados de Ana, veía que el tiempo se iba acercando. Ignoraba, empero, que a veces se retardaba e interrumpió el orden por el pecado, y por cuánto tiempo era la tardanza.

Sin embargo, exhortaba a la penitencia y al sacrificio. El abuelo de Ana era un Esenio que se llamaba Estolano antes de su matrimonio. Por su mujer y por las posesiones de ésta se llamó después Garesha o Sarziri. La abuela de Ana era de Mara, en el desierto, y se llamaba Moruni o Emorún, esto es, madre excelsa. Se unió con Estolano por consejo del profeta Arcos, que fue jefe de los Esenios por noventa aüos, y era un santo varón con quien siempre se aconsejaban antes de contraer matrimonio, para oír su palabra y acertar en la elección. Me extrañaba ver que estos santos hombres y profetas siempre profetizaban sobre descendencia de mujeres y que los antepasados de Ana y la misma Ana tenían siempre hijas mujeres. Parecía que fuera su intento religioso preparar recipientes puros, que debían dar hijos santos, como el Precursor, el Salvador, los apóstoles y los discípulos.

He visto que Emonín, antes de su casamiento, fue a consultar a Arcos. Tuvo que entrar en la sala de reunión, en el monte Horeb, en un lugar señalado y hablar, a través de una reja, con el jefe supremo, como se usa en el confesionario.

Después se encaminó Arcos por muchos escalones a lo alto del monte Horeb, donde estaba la cueva de Elías. La entrada era pequeña y unas gradas llevaban hacia abajo. La cueva estaba limpia y aseada y la luz entraba en el interior por una abertura superior. He visto, contra la pared, un pequeño altar de piedra, y sobre él, la vara de Aarón y un cáliz brillante como hecho de piedra preciosa. En este cáliz estaba depositada una parte del sacramento o misterio del Arca de la Alianza. Los Esenios habían adquirido este tesoro en ocasión en que el Arca había caído en manos de los enemigos.

La vara de Aarón estaba guardada en una vaina en forma de arbolito con hojas amarillas alrededor. No podría decir si el arbolito era verdadero o sólo un trabajo artístico, como una raíz de Jessé. Cuando rezaba el superior de los Esenios, por causa de un casamiento, tomaba la vara de Aarón en sus manos. Si la unión se refería a la genealogía de María Virgen, la vara daba un brote y éste varias floraciones con la señal de la elección. Los antepasados de Ana fueron elegidos brotes de esta genealogía, y sus hijas lo fueron por medio de estas señales, las cuales daban otros brotes cuando estaban por contraer matrimonio. Este arbolito con sus retorcidas ramas, era como el árbol genealógico, como la raíz de Jessé, mediante el cual se podía conocer, según lo que hubiera crecido, la proximidad del nacimiento de María. Había allí otros pequeños arbustos en tarros, sobre el altar, los cuales tenían significación cuando reverdecían o se agostaban. En tomo de las paredes habían espacios guardados por rejillas, donde se conservaban, envueltos en seda y lana, huesos de antiguos santos varones israelitas que habían vivido y muerto en el monte y en los alrededores. También en las mismas cuevas de los

Esenios vi semejantes huesos delante de los cuales rezaban, ponían flores o encendían lámparas.

Arcos se revestía al modo de los sacerdotes del templo, cuando oraba en la cueva de Elías. Su vestidura se componía de ocho partes. Primero se ponía sobre el pecho un vestido que había llevado Moisés: una especie de escapulario, que tenía una abertura para el cuello y caía en igual largo sobre el pecho y las espaldas. Sobre esto se ponía un alba blanca de seda, ceñíida con un ángulo ancho y una estola cruzada sobre el pecho que le llegaba hasta las rodillas. Luego se ponía una especie de casulla de seda blanca, que por detrás llegaba hasta el suelo, con dos campanillas en la parte inferior. Sobre el cuello llevaba una especie de corbata tiesa, cerrada por delante con botones.

Su larga barba descansaba sobre esta corbata. Por último se ponía un pequeño manto brillante de seda blanca, que se cerraba por delante con tres garfios con piedras, sobre los cuales había letras o signos grabados. De ambos hombros colgaba una especie de piedras preciosas en número de seis, algunas también grabadas. En medio de la espalda había un escudo con signos y letras. En el manto se veían flecos, borlas y frutos. En el brazo llevaba un manípulo. La mitra era de seda blanca arrollada a modo de turbante y terminada en un adorno de seda que tenía en la frente una plancha de oro con piedras preciosas.

Arcos rezaba postrado o echado sobre el suelo delante del altar. Vi que tuvo una visión en la cual vio que salía de Emorún un rosal de tres ramas. En cada rama había una rosa y la rosa de la segunda rama estaba señalada con una letra. También vio a un ángel que escribía una letra en la pared. A raíz de esto declaró Arcos a Emorún que debía casarse con el sexto pretendiente que tendría una hija, con una señal, que sería un vaso de elección de la cercana promesa. Este sexto pretendiente era Estolano. No vivieron mucho tiempo en Mara, sino que pasaron a Efrén.

He visto también a sus hijas Emerencia e Ismeria consultar al anciano Arcos, el cual les aconsejó el casamiento porque eran ellas también vasos elegidos para la próxima promesa. La mayor, Emerencia, casóse con un Levita de nombre Afras y fue madre de Isabel, madre, a su vez, de Juan el Bautista.

Otra hija de Estolano se llamó Enué. lsmeria fue la segunda hija de Estolano y Emorún. Esta tuvo en su nacimiento la señal que dijo Arcos haber visto en la segunda rosa en su visión de Emorún. Ismeria casó con Eliud, de la tribu de Leví. Eran de condición noble y ricos de bienes. Lo he visto esto en la vasta economía de la casa. Tenían mucho ganado, pero todo parecía que lo destinaban para los pobres y no para sí mismos. Vivían en Séforis, a seis hojas lejos de Nazaret, donde poseían una heredad. Tenían una posesión en el valle de Zabulón, adonde iban en los tiempos buenos del año y donde Eliud fijó su residencia después de la muerte de su mujer Ismeria. En el mismo valle se había establecido el padre de Joaquín con su familia. La piadosa educación que había tenido Estolano y Emorún pasó a su hija Ismeria y a Eliud. La primera hija de Ismeria se llamó Sobe. Ésta se casó más tarde con Salomón, y fue la madre de María Salomé, que se casó con Zebedeo, padre de los apóstoles Santiago el Mayor y Juan. Como no llevase Sobe la señal dicha por Arcos se contristaron mucho los padres y fueron al monte Horeb, a ver al profeta, quien les impuso oración y sacrificio, y los consoló.

Por espacio de dieciocho años no tuvieron hijos, hasta el nacimiento de Ana.

Tuvieron entonces ambos una visión nocturna. Ismeria vio a un ángel que escribía una letra en la pared, junto a su lecho. Contó esto a su marido, que había visto lo mismo, y ambos vieron la letra al despertar. Era la letra M, que Ana había traído al mundo al nacer, grabado en el bajo vientre. Los padres amaban a Ana de una manera particular. He visto a la niña Ana: no era hermosa en grado notable, pero sí más que otras niñas de su edad. No fue de ningún modo tan hermosa como lo fue María; pero era muy sencilla, inocente y piadosa. Así la he visto en todo tiempo, como joven, como madre, como anciana, de manera que cuando veo a una campesina realmente sencilla, pienso siempre: «Esta es como Ana». Ana fue llevada a la edad de cinco años al templo, como más tarde María. Vivió doce años allí y a los diecisiete volvió a su casa. Entre tanto tuvo su madre una tercera hija, llamada Maraha, y Ana encontró a su vuelta a un hijo de su hermana mayor Sobe, llamado Eliud.

Maraha consiguió más tarde la posesión de la casa paterna, en Séforis, y fue madre de los discípulos Arastaria y Cocharia. El joven Eliud fue más tarde marido segundo de la viuda de Naíam, Maroni. Un año después enfermó Ismeria y murió. Desde el lecho de dolor hizo venir a su presencia a todos los de la casa, los exhortó y aconsejó y designó a Ana como ama de casa después de su muerte. Luego habló con Ana y le dijo que debía casarse, pues era un vaso de elección y de promesa.







VISIONES SOBRENATURALES DE LA BODA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN CON SAN JOSÈ.

De las particularidades de la misma han tenido visiones místicas dos de las más reputadas videntes: Ana Catalina Emmerich y María de Jesús de Agreda.

PRIMERA PARTE.

La Santa Virgen vivía en el colegio con otras muchas vírgenes bajo la vigilancia de piadosas matronas.

Esas vírgenes se ocupaban de bordados y obras de esa clase para las colgaduras del templo y paramentos sacerdotales.

También cuidaban del aseo de los vestidos y de otros objetos pertenecientes al culto divino.

Tenían celditas con vista al interior del santuario, en las cuales oraban y meditaban.

Cuando llegaban a la edad nubil, se procuraba casarlas.

Sus padres las habían consagrado enteramente a Dios al conducirlas al templo.

Y entre los más piadosos israelitas, había el presentimiento de que uno de estos matrimonios, produciría a su tiempo la venida del Mesías.

Habiendo pues cumplidos catorce años la Sma. Virgen y debiendo se salir del lugar santo pronto con otras siete niñas para casarse, ví que Santa Ana la vino a visitar.

Ya no vivía Joaquín.

La Santa Virgen tenía una cabellera abundante, de un rubio dorado, cejas negras y arqueadas, ojos grandes, habitualmente bajos, con largas pestañas negras, nariz de bella forma y un poco larga, boca noble y graciosa y barba afilada.

Su talla era mediana y marchaba con gracia, decencia y gravedad.

Cuando se anuncio a María que debía dejar el colegio y casarse, la ví profundamente conmovida.

Y declaró al sacerdote que ella no deseaba dejar el templo, que se había consagrado solo a Dios y que no le agradaba el matrimonio, pero se le respondió que debía de casarse.

Enseguida la vi en el oratorio rogar a Dios con fervor.

Me acuerdo también que, teniendo mucha sed, bajó con su cantarito para llenarlo de agua en un estanque o depósito y de allí oyó una voz sin aparición visible, que le consoló y la fortificó haciéndole conocer que debía consentir en casarse.

Después, se enviaron mensajeros a todas partes del país convocando al templo a todos los hombres solteros del linaje de David.

Reunidos y que fueron muchos de ellos al santuario en traje de fiesta, los presentaron a la santa Virgen; y ví entre ellos a un joven muy piadoso de la comarca de Belén.

Este joven había pedido a Dios con gran fervor el cumplimiento de la promesa y descubrí en su corazón un gran deseo de ser esposo de María.

Cuando María volvió a su celda, derramó santas lágrimas porque no podía ni siquiera imaginarse que tuviese que dejar de ser virgen.

Entonces vi que el gran sacerdote obedeciendo a un impulso interior que había recibido, presentó una vara a cada uno de los asistentes y les encargó que escribiesen su nombre en la respectiva vara y que cada uno la tuviera en la mano durante la oración y el sacrificio.

Cuando hubieron practicado todo lo que se les dijo, se recogieron las varas, se colocaron sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS y se les anunció que aquel cuya vara floreciera, sería el designado por Dios para ser el esposo de María de Nazaret.

En virtud de la orden del gran sacerdote, José vino también a Jerusalén y se presentó al templo.

También se le hizo tener en la mano una vara durante la oración y el sacrificio.

Cuando se disponía ponerla sobre el altar ante el SANTO DE LOS SANTOS, brotó de la vara una flor blanca semejante a una azucena y vi bajar sobre él cierta aparición luminosa; era como si hubiese recibido el Espíritu Santo.

SEGUNDA PARTE.

Se conoció pues que, José era el hombre designado por Dios para esposo de la santa Virgen.

Los sacerdotes lo presentaron a la santa Virgen María en presencia de su madre.

María resignada con la voluntad de Dios, lo aceptó humildemente como su esposo, porque sabía que todo es posible para Dios, que había recibido su voto de pertenecer a EL únicamente.

José, hijo de Jacob, era el tercero de seis hermanos.

Sus padres moraban enfrente de Belén, en una gran casa que en otro tiempo fue de Isaí o Jessé, padre de David.

En la época de José solo existían los gruesos muros de la antigua construcción.

José, que en esta visión tendría ocho años, era de un carácter muy diverso del de sus hermanos.

Al mismo tiempo que poseía una gran aventajada inteligencia y muy feliz memoria, era también sencillo, pacífico, piadoso y sin ambición.

Sus hermanos le hacían sufrir de varios modos y a veces lo maltrataban.

En una época en que él tendría doce años cumplidos.

Ví que para liberarse de las ofensas de sus hermanos, iba con frecuencia al otro lado de Belén, no lejos de lo que fue después la gruta del Pesebre, a pasar algún tiempo entre piadosas personas que pertenecían a una reducida comunidad de esenios.

La persecución de sus hermanos le hizo por fin imposible la permanencia en casa de sus padres.

Vi que un amigo de Belén, cuya casa estaba separada de la de José por un arroyuelo, le proporcionó vestidos con qué disfrazarse y con ese medio dejó la casa paterna; y se fue a otra parte a ganar la vida con su oficio de carpintero.

Tendría entonces de 18 a 20 años.

José era piadoso, bueno y sincero; y todos lo querían.

Más tarde lo vi en Tiberíades trabajando para un patrón.

José vivía solo en una casa a la orilla del agua, tendría entonces 33 años de edad.

Mucho tiempo hacía que sus padres habían muerto en Belén; dos de sus hermanos habitaban allí y los otros se hallaban dispersos.

José era justo y pedía vehementemente la venida del Mesías.

Se ocupaba en arreglar junto a su casa un oratorio donde poder orar con más fervor.

Cuando un ángel le dijo que no continuase el trabajo, porque así como en otro tiempo Dios había confiado al patriarca José la administración del trigo de Egipto, así ahora, iba a confiar a su cuidado el granero que encerraba la mies de la Salvación.

José en su humildad no comprendió estas palabras y siguió orando con empeño hasta que lo citaron a que fuese al templo de Jerusalén para aspirar, en virtud de una prescripción de lo alto; es decir, a ser esposo de la Santísima Virgen.

TERCERA PARTE.

Las bodas de María y de José que duraron de siete a ocho días, fueron celebradas en Jerusalén en una casa vecina a la montaña de Sión, que se alquilaba casi siempre para fiestas de éste género.

Además de las maestras y de las condiscípulas de María en el colegio del templo, había muchos parientes de Ana y Joaquín.

Las bodas fueron solemnes y suntuosas y se inmolaron muchos corderos en sacrificio.

Vi muy bien a María en su traje de desposada.

Vestía una saya muy ancha con mangas y abierta por delante; sobre la saya lucía una capa o manto azul celeste que le caía sobre las espaldas, se plegaba por los dos lados y terminaba en cola.

En la mano izquierda llevaba una pequeña corona de rosas de seda encarnada y blanca, y en la derecha un hermoso candelero dorado en que ardía algo que producía una llama blanquecina.

Las vírgenes del templo, arreglaron los cabellos de María, haciéndolo con increíble destreza.

Ana había traído el traje de novia y la virgen por su humildad, no quiso volver a ponérselo después de su desposorio.

Prendiéronle los cabellos en torno de la cabeza, cubriéndola con un velo blanco que le caía sobre los hombros y sobre el velo, le pusieron una corona.

José vestía una saya larga de color azul, las mangas que eran muy anchas, estaban sujetas a los lados por cordones.

Le rodeaba el cuello un collar oscuro o más bien, una ancha estola y dos bandas blancas le colgaban sobre el pecho..

Ví a María y José durante la fiesta en traje de bodas y en una ocasión me pareció que san José ponía el anillo nupcial en el dedo de la Sma. Virgen.

Terminadas las bodas, la Sma. Virgen en compañía de su madre Ana, se fue a Nazaret; también la acompañaron hasta cierta distancia del camino muchas otras vírgenes que dejaron el templo juntamente con ella.

María hizo el viaje a pié, José había ido a Belén para arreglar negocios de familia y solo más tarde se marchó a Nazaret.





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Amén. El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “Así sea ¡” que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa, ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente o sencillamente: Sí. En efecto, este adverbio deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cfr. Fe). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. 1. Compromiso y aclamación. El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “Sea” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (1Re 1,36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm. 5,22). Todavía más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13). En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo “bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y y en este concepto tiene su puesto después de las doxologías (1 Cr 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rom 1,25; Gal 1,5;2 Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oídas se comprende su sentido (1 Cor 14,16). Finalmente, el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al aleluya.

CUANDO UNA PERSONA SE HA IDO. VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS. NO LLORES SI ME AMAS. No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. (San Agustín)

LA FELICIDAD DE JESÚS. José Antonio Pagola

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