SACRAMENTO.
Si buscamos en la
Biblia la palabra "sacramento" no la encontraremos, por lo menos en
el sentido que hoy le damos. Pero esto no quiere decir que no tengan fundamento
bíblico. De hecho todos ellos fueron instituidos por Nuestro Señor Jesucristo.
La palabra sacramento
es de origen latino, los cristianos la usaron desde los primeros años para
significar lo que se refería a los signos litúrgicos, celebraciones eclesiales
y a los hechos sacros. Es decir, a los actos de culto. Pero con el correr del
tiempo, esta palabra se dejó para referirse exclusivamente a los signos
sagrados instituidos por Jesucristo. San Agustín, que vivió en el siglo IV, fue
quien más contribuyó a la clarificación del concepto de "sacramento"
y no fue hasta el siglo XII, que se fijó el número de sacramentos como siete.
Los sacramentos, como
hoy los presenta la Iglesia son: Actos salvadores de Cristo, que la Iglesia
comunica al hombre mediante signos sensibles.
¿Y qué quiere decir
"signo sensible"?. Un signo sensible es un símbolo. Y un símbolo es
una expresión figurada y visible o representación sensible, de una realidad
invisible. El valor de un símbolo no está en lo que él es de por sí, sino en lo
que indica, en lo que representa.
No son simples
ceremonias. Ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del
cuerpo de Cristo y a dar culto a Dios, los sacramentos no solo suponen la fe,
sino que también la fortalecen, la alimentan y la expresan con palabras y
acciones; por eso se llaman sacramentos de la fe. Los sacramentos nos dan o
aumentan la Gracia Divina.
a) Decimos que son
actos salvadores, porque son acciones que salvan al hombre de situaciones
concretas, llenándolo de la fuerza del amor, fruto de la muerte y resurrección
de Cristo. Abarcan toda la vida del hombre en sus puntos más significativos.
En su nacimiento:
Bautismo
En su crecimiento:
Confirmación
En las heridas del
pecado: Reconciliación
En su alimentación:
Eucaristía
En la formación de un
hogar: Matrimonio
En la consagración al
servicio de la comunidad: Orden Sacerdotal
En la enfermedad:
Unción de los enfermos
b) Son actos salvadores
de Cristo porque Él es el verdadero autor, he aquí el valor del sacramento. Es
Cristo quien bautiza, perdona los pecados o comunica el Espíritu Santo. Recibir
un sacramento es encontrarse personalmente con Cristo que salva.
c) Son actos que la
Iglesia comunica porque fueron entregados a la Iglesia por Cristo para que los
administrara a los hombres. Por lo que el sacramento debe administrarse
conforme a lo establecido por la Iglesia y según sus intenciones.
d) Son signos
sensibles, porque el hombre necesita algo material para convencerse, darse
cuenta, sentir la presencia de Dios. San Pablo nos lo recuerda "Si bien no
se puede ver a Dios, podemos, sin embargo desde que él hizo el mundo, contemplarlo
a través de sus obras y entender por ellas que él es eterno, poderoso y que es
Dios" (Rm 1,20) Jesucristo al instituir los sacramentos tuvo presente esta
necesidad que tiene el hombre de llegar a lo invisible a través de lo sensible.
Para realizar estos
sacramentos se necesitan dos cosas:
La forma: oración o
palabras que se pronuncian al administrar el sacramento
La materia: lo que se
usa para el sacramento: el agua, el pan, el vino, el aceite, la imposición de
manos, la confesión de una culpa.
No es igual que
aceptar una medalla o hacer algo bueno "que se acostumbra", sino que
cada sacramento es un encuentro libre y personal con Cristo resucitado. Por lo
tanto es necesario
Tener fe
Conocer lo que se
comunica
Quererlo recibir
Es necesario estar
bautizado para recibir cualquier otro sacramento. Es indispensable estar en
Gracia de Dios. Sólo el Bautismo y la Reconciliación dan de por sí la Gracia,
para cualquier otro sacramento es necesario arrepentirse de los pecados y
confesarse antes.
Algunos sacramentos se
pueden recibir una sola vez en la vida porque imprimen carácter indeleble,
estos son: Bautismo, Confirmación y Orden
SACRAMENTOS.
GRACIA DIVINA.
Cuando el hombre pecó
se alejó de Dios y desterró de él la posibilidad de responder a su vocación que
es la comunicación con su Creador para llegar a su destino que es la eternidad.
Desde el primer pecado, el hombre está inclinado al mal, condenado a la
concupiscencia.
Dios en su infinita
misericordia no podía dejar al hombre abandonado y sabiendo que con sus solas
fuerzas no podría conseguir su destino eterno, envía a su Hijo, para que
con su muerte y
resurrección restaure la comunicación que el hombre había perdido con Dios.
Jesucristo nos trae la
Gracia Divina, la Gracia del Espíritu Santo, que tiene el poder de
santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y darnos la
posibilidad de responder a nuestra vocación y destino.
Contra la inclinación
al mal que resultó del pecado, la Gracia Divina nos permite obrar el bien. Es
una participación de la vida de Dios. Es un favor, un regalo, un auxilio
gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de
Dios, partícipes de la naturaleza de la vida eterna.
Esta vocación a la vida
eterna es sobrenatural, depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios.
Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad
humana. El hombre sólo debe estar dispuesto a que la Gracia actúe en él y
seguir la voz de su conciencia, para obrar según la voluntad de Dios.
† La Gracia de Dios
nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria:
† Por el Bautismo,
participamos de la gracia de Cristo
† Como hijos
adoptivos, podemos llamar Padre a Dios
† Recibimos la vida
del Espíritu Santo que infunde la caridad y que forma la Iglesia.
Sacramentales.
Son signos sagrados
instituidos por la Iglesia creados según el modelo de los sacramentos, por
medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual,
obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos los hombres se disponen a
recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas
circunstancias de la vida.
Se aplican a
necesidades y a situaciones menos importantes que los sacramentos, no obtienen
de por sí la gracia santificante. Van en orden a la santificación de ciertos
ministerios eclesiales, de ciertos estados de circunstancias muy variadas de la
vida cristiana, así como del uso de cosas útiles al hombre.
Algunos sacramentales
son las bendiciones o consagraciones de objetos religiosos, el uso de agua
bendita o velas bendecidas, la ceniza del miércoles de cuaresma, etc. Los
sacramentales proceden del sacerdocio bautismal: todo bautizado es llamado a
ser una "bendición" y a bendecir.
Se abusa de estos
sacramentales cuando se toman como cosas mágicas y no se usan con fe, o si en
la práctica se les da más importancia que a los mismos sacramentos.
Los sacramentales son parte
de la religiosidad popular, expresiones en formas variadas de piedad tales como
la veneración a reliquias, visitas a santuarios, peregrinaciones, etc.,
agradables a Dios cuando ayudan a aumentar la piedad y la caridad fraterna.
Estas expresiones prolongan
la vida litúrgica de la Iglesia, pero no la sustituyen, por lo que conviene que
estos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para
que conduzcan al pueblo a la celebración y actualización del misterio pascual
de Cristo.
SACRAMENTOS.
SACRAMENTOS DE INICIACIÓN CRISTIANA.
Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la
Confirmación, y la Eucaristía se ponen los fundamentos de toda vida cristiana:
"La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben
como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el
crecimiento y el sustento de la vida natural. Los fieles renacidos en el
Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son
alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y así, por medio
de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más
abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la
caridad" (Pablo VI const. Apost. "Divinae consortium naturae”).
Puestos al comienzo de la vida cristiana los sacramentos de iniciación
son la condición necesaria para el pleno desarrollo de esa vida futura y marcan
todo el itinerario cristiano:
El Bautismo consagra en la Santísima Trinidad al nuevo cristiano,
incorporándolo a la comunidad de la Iglesia.
La Confirmación le capacita para obrar el bien, como criatura nueva,
aumentando su relación con Dios, que se reflejan en la comunión de la Iglesia y
en su servicio a los hombres.
La Eucaristía actualiza la Salvación que Cristo alcanzó al hombre y le
permite vivir mejor su ser cristiano hasta alcanzar la plenitud en la vida
eterna.
El hecho del Bautismo
El término Bautismo procede del verbo griego baptizein, que significa
sumergir, lavar. El simbolismo de los efectos del agua como signo de
purificación es muy común en la historia de las religiones. Sabemos que Juan
Bautista daba el bautismo a todos aquellos que aceptaban su predicación como
cambio de vida.
Jesucristo enseñó a los apóstoles un bautismo diferente del conocido por
los judíos. No era sólo un símbolo, sino una verdadera purificación y un
llenarse del Espíritu Santo. Juan Bautista lo había anunciado: "Yo bautizo
con agua, pero pronto va a venir el que es más poderoso que yo, al que yo no
soy digno de soltarle los cordones de sus zapatos; él los bautizará en el
Espíritu Santo y en el fuego". (Lc 3,16)
El hecho más importante para interpretar el Bautismo cristiano es el
Bautismo de Jesús, en el que culminan las prefiguraciones del Antiguo
Testamento sobre este sacramento.
Los cuatro evangelios cuentan el Bautismo que recibió Jesús (Mc 1, 9-11;
Mt 3, 13-17; Lc 3, 21-22; Jn 1, 32-34) y los cuatro conceden excepcional
importancia a este hecho porque representa el punto de partida y el comienzo
del ministerio público de Jesús (Hch 1,22; 10,37; 1 Jn 5.6). Todos los
evangelistas coinciden en narrar dos cosas:
El descenso del Espíritu
La proclamación divina asociada a la venida del Espíritu Santo
Según el judaísmo antiguo, la comunicación del Espíritu significa la
inspiración profética. La persona que recibe el Espíritu es llamada por Dios
para ser su mensajero (Eclo 48,24; Dn 13,45). Por lo tanto, en el momento del
bautismo, Jesús recibió del Padre la vocación y el destino que marcó y orientó
su vida.
La proclamación divina "Tú eres mi hijo amado, en ti me
complazco" (Mc 1,11; Mt 3,17; Lc 3,22) acompañó la venida del Espíritu.
Estas palabras evocan el texto de Isaías que da inicio a los cantos del Siervo
de Yahvé (Is 42,1); este Siervo es el hombre solidario con el pueblo pecador,
al que libera y salva a través de su sufrimiento y muerte. (Is 53, 1-12).
Con ocasión de su Bautismo, Jesús experimentó su vocación aceptando la
misión y el destino que le llevarían a su muerte violenta. Así se explica que
las dos únicas veces que Jesús utiliza el verbo bautizar (Mc 10,38; Lc 12,50)
sea para referirse a su propia muerte.
El bautismo para Jesús tiene un sentido concreto: es el acto y el
momento en que el hombre asume conscientemente una vocación y un destino en la
vida, la vocación y el destino de la solidaridad incondicional con los hombres,
especialmente los más pobres, hasta llegar a la misma muerte.
Juan bautizaba en vistas al juicio último de Dios; el Bautismo cristiano
es la participación en la muerte y resurrección de Jesucristo; es decir, el
bautizado ha muerto a una forma de existencia, para nacer a otra nueva que no
acabará jamás.
La Iglesia bautiza porque así realiza el mandato de Jesús resucitado y
porque está llena del Espíritu Santo para comunicar la salvación a través de
este sacramento.
El Bautismo es el sacramento de la fe (Mc 16,16). Pero la fe tiene
necesidad de la comunidad de creyentes. Solo en la fe de la Iglesia puede creer
cada uno de los cristianos. La fe que se requiere para el Bautismo no es una fe
perfecta y madura, sino un comienzo que está llamado a desarrollarse. En todos
los bautizados, niños o adultos, la fe debe crecer después del Bautismo. Cuando
se trata del Bautismo de niños, para su crecimiento en la fe es necesaria la
ayuda de los padres y padrinos (CIC 1253-1255)
LA MAGNA UNCIÓN FINAL.
J.A.Fortea.
Saborear el cáliz del sufrimiento, tratar de gozarse en él, recordando una y otra vez que, en pocas horas, le será ya imposible sufrir. Recordando que, durante toda una eternidad, deseará sufrir para aumentar su gloria y su amor por Dios, y no le será concedido. La cruz solo ahora o ya nunca. En el cielo, todos los bienaventurados desearían poder regresar a la tierra para sufrir todos los sufrimientos del mundo con tal de poder aumentar un grado más su felicidad durante toda la eternidad: ¡pero no será posible! Quedarán petrificados por los siglos de los siglos en su grado de amor.
En Jerusalén, hubo quienes pudieron estar en el Calvario acompañando con amor y compasión a Jesús, pero prefirieron marcharse a sus casas o a sus trabajos. Ya jamás regresó ese momento. Una vez perdida la oportunidad de haber estado allí, quedó perdida para siempre. El enfermo puede pensar con toda verdad: en la Cruz con Cristo ahora o ya nunca más.
Esta etapa final es de tal trascendencia, puede santificar tanto, puede transformar tan radicalmente para bien, que el Altísimo dispuso que hubiera un sacramento para esta etapa y solo para esta etapa. Si se entiende la importancia sagrada de estos momentos finales del camino de la existencia, se entenderá el por qué Dios determinó un sacramento que tuviera un carácter sacerdotal para ese momento: una unción sagrada.
Y así, el agonizante, tras prepararse con la enfermedad, entrará como sacerdote ungido en el templo purísimo de la presencia de la Luz Infinita.
El enfermo, como el sumo sacerdote del Antiguo Testamento, se ha lavado enteramente en la gran pila de bronce que hay en el atrio. Se ha lavado con el agua lustral de la confesión y con el agua invisible del sufrimiento corporal y de su espíritu. Se ha revestido con las vestiduras de sus virtudes, así como los levitas del Templo se revestían con nuevas vestiduras puras. Al moribundo, la enfermedad le ha provisto de la belleza de tales vestiduras. Y, por último, ha sido ungido para así poder entrar a través de los velos que conducen al Sancta Sanctorum de la presencia del Altísimo.
Tal vez parezca que insisto demasiado en el carácter sacerdotal de este
sacramento. Pero si tanto se preparaba el sumo sacerdote del Antiguo Testamento
para entrar en la más profunda de las cámaras del Templo, que sólo era figura
del verdadero Sancta Sanctorum que está en los cielos, cuánto más será
conveniente que se prepare el bautizado para entrar en el verdadero Templo que
está en los cielos. El enfermo no solo va entrar en el Templo de los cielos,
sino que va a penetrar hasta su parte más profunda: allí donde se mira cara a
cara el Rostro de Dios, allí donde se contempla la esencia del Altísimo, allí
donde El sumo sacerdote atravesaba los dos velos del Templo, también los
moribundos con frecuencia hablan de cómo en los días anteriores a la muerte se
ha corrido fugazmente el primer velo del más allá. Tantas personas han afirmado
ver el túnel de luz, a sus familiares, la vida que pasaba delante de sus ojos.
No son imaginaciones del enfermo. El primer velo a veces el Señor lo descorre
para que se preparen. También, desde el atrio, los israelitas, como excepción,
podían ver algo del interior del santuario, las luces del candelabro y otras
cosas, cuando se corría el primer velo. Pero el segundo velo final, una vez
atravesado, no admite regreso a la tierra.
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