OBRAS EUCARÍSTICAS.
LA PRESENCIA REAL
Puntos de adoración
sobre la vida y las virtudes de nuestro Señor en el santísimo Sacramento.
OBRAS EUCARÍSTICAS.
La adoración
eucarística tiene por objeto la divina Persona de
nuestro señor
Jesucristo presente en el santísimo Sacramento.
En este divino Sacramento
Jesús está vivo y quiere que le
hablemos. Él por su
parte hablará con nosotros.
Todos pueden conversar
con nuestro Señor, puesto que allí se
ha quedado para todos.
Además, ¿no dijo, sin exceptuar a nadie,
“Venid a mí todos”?
Este coloquio espiritual
que se establece entre el alma y
nuestro Señor es la
verdadera meditación eucarística, es lo que
constituye en realidad
la adoración.
A todos se conceden las
gracias necesarias para hacer bien esta
adoración; mas para
asegurar el éxito y evitar la rutina y la aridez de espíritu y del corazón, es
necesario que los adoradores sigan los
movimientos de su
gracia particular y los que les inspiren los
diversos misterios de
la vida de nuestro Señor, de la santísima Virgen y de las virtudes de los
santos, a fin de honrar y glorificar al Dios de la Eucaristía, por todas las
virtudes de que nos dio ejemplo durante su vida mortal, lo mismo que por las
virtudes de los santos, para quienes Él mismo fue la gracia y el fin, y hoy es
la corona de gloria.
Vuestra hora de
adoración la habéis de considerar como una
hora de paraíso; id a
ella como si fueseis al cielo, como a un banquete divino, y veréis cuánto la
deseáis, y cómo la saludáis con regocijo.
Fomentad suavemente en
vuestro corazón su deseo. Repetid en
vuestro interior:
“Dentro de cuatro, de dos, de una hora... iré a la
audiencia de amor y de
gracia que me ha concedido nuestro señor
Jesucristo. Él es quien
me llama, me espera, y desea tenerme a su
lado”.
Cuando os toque una
hora costosa a la naturaleza, alegraos
más: con el sufrimiento
crecerá vuestro amor a Jesús: aceptadla como una hora privilegiada, pues os
valdrá por dos.
Si por vuestros
achaques, enfermedad o por otra causa
cualquiera os
encontráis imposibilitados de hacer vuestra adoración, dejad que el corazón se
contriste un instante y volad con el pensamiento al lado de Jesús, uniéndoos
espiritualmente a los que le adoran en esos momentos. Durante vuestros viajes,
cuando estéis ocupados en vuestros trabajos o postrados en el lecho del dolor,
procurad guardar mayor recogimiento y conseguiréis el mismo fruto que si
hubieseis podido ir a postraros a los pies del buen maestro. Él os tomará en
cuenta esta hora y tal vez se duplicará su valor.
Id a nuestro Señor como
sois, haciendo la meditación con toda
naturalidad. Antes de
echar mano de los libros, agotad el caudal de
vuestra piedad y de
vuestro amor. Aficionaos al libro de la humildad y del amor, cuya lectura es
inagotable. Bien está que os valgáis de algún libro piadoso, para volver al
buen camino del que os habíais desviado cuando el espíritu comenzó a divagar, o
se adormecían vuestros sentidos; pero tened en cuenta que el buen Maestro
prefiere la pobreza de vuestro corazón a los más sublimes pensamientos y santos
afectos que os puedan prestar otros. Busca vuestro corazón y no el de los
demás; busca los pensamientos y la oración que de él os broten como expresión
natural del amor que le profesáis.
Frecuentemente, el no
querer presentarnos al Señor con nuestra
propia miseria y
pobreza, que nos humilla, es efecto de un sutil amor propio, de la impaciencia
o de la cobardía; y, sin embargo, eso es lo que prefiere a todo lo demás y lo
que en nosotros ama y bendice. ¿Es la aridez la que seca vuestros afectos? ...
Glorificad a Dios y pedidle su gracia, sin la cual nada podéis: abrid entonces
vuestra alma a las influencias del cielo, como la flor abre su cáliz a la
salida del sol para recibir el benéfico rocío.
Si os halláis en la más
completa impotencia, con el espíritu
sumido en tinieblas,
zarandeado el corazón por su frivolidad y el
cuerpo atormentado por
el dolor, haced la adoración del pobre, salid de vuestra pobreza e id a
refugiaros en nuestro Señor; o bien,
ofrecédsela para que su
bondad tenga la ocasión de convertírosla en abundante riqueza, lo cual será una
obra digna de su gloria.
Pero resulta que os
encontráis tristes y afligidos, de manera
que todo se revela en
vosotros y os impulsa a dejar la adoración, so
pretexto de que
ofendéis a Dios, de que, en vez de servirle, le
deshonráis... ¡Oh, no!,
no le prestéis oídos, ni os seduzca tan
especiosa tentación,
pues esa adoración es la adoración del combate, con lo que probáis vuestra
fidelidad a Jesús contra vosotros mismos.
No, no; no le
desagradáis, antes al contrario, regocijáis a vuestro
Señor que os está
mirando. Si Satanás ha turbado vuestra quietud y sosiego es porque Él se lo ha
permitido, y ahora, viendo cómo
peleáis, espera que le
prestéis el homenaje de vuestra perseverancia hasta el último instante del
tiempo que le habéis prometido. Que la confianza, la sencillez y un grande amor
a Jesús os acompañen siempre que vayáis a adorarle.
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