PABLO DE TARSO-SU HISTORIA.

 




PABLO DE TARSO-SU HISTORIA.

Una ciudad situada en la montaña.

 

La Jerusalén que Pablo conoció tan bien era, en efecto,

obra de Herodes el Grande6. Herodes tuvo que luchar

para establecer la autoridad real que los romanos le

habían conferido en el año 40 a.C. Jerusalén no se sometió

fácilmente y, al comienzo del verano del 37 a.C., las

catapultas de sus aliados romanos atacaron la ciudad, sin

piedad, durante cincuenta y cinco días sin descanso. Por

fin, cuando el ejército rompió el sitio, Herodes se encontró

con una tierra devastada, llena de edificios en ruinas y

con una población diezmada en sentido literal. Su orgullo,

su energía y su perspicaz sentido de la organización

hicieron posible que esa situación tan miserable no durara

mucho.

Consciente de que tenía pocos amigos, la primera

preocupación de Herodes fue su propia seguridad. Su

primera construcción monumental fue la fortaleza Antonia,

llamada así en honor de su amigo Marco Antonio y

situada en la esquina noroeste del Templo. Contaba con

cuatro torres. La que se situaba en la esquina sureste superaba

casi en 3 metros a las demás. A primera vista, poco

podía imaginar Pablo que un día acabaría siendo invitado

forzoso en el que era el cuartel general de la guarnición

romana en Jerusalén (He 21,31-35).

Cuando la construcción de la fortaleza Antonia estaba

a punto de concluirse, Herodes ya había comenzado un

proyecto más grandioso si cabe: un nuevo palacio situado

al oeste, en el punto más alto de la ciudad. Los curiosos

quedarían impresionados por las tres grandes torres,

llamadas Miriam, por la mujer asesinada de Herodes,

Hippicus, por su amigo, y Phasael, por su hermano. En

un principio, la torre debía medir 46 metros de alto,

superando incluso al faro de Alejandría, que era una de

las siete maravillas del mundo antiguo.

Una inversión tal en construcción supuso un período

de mucha prosperidad para Jerusalén. Para asegurarse el

entretenimiento de sus seguidores, Herodes construyó

un teatro al sur de la ciudad, justo a las afueras. También

construyó un hipódromo o quizá un anfiteatro, cuyo

emplazamiento se desconoce. Los juegos que albergaba

dicho estadio contenían todo el boato de los festivales

paganos y, en consecuencia, provocaba graves ofensas

entre los judíos.


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Amén. El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “Así sea ¡” que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa, ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente o sencillamente: Sí. En efecto, este adverbio deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cfr. Fe). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. 1. Compromiso y aclamación. El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “Sea” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (1Re 1,36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm. 5,22). Todavía más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13). En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo “bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y y en este concepto tiene su puesto después de las doxologías (1 Cr 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rom 1,25; Gal 1,5;2 Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oídas se comprende su sentido (1 Cor 14,16). Finalmente, el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al aleluya.

CUANDO UNA PERSONA SE HA IDO. VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS. NO LLORES SI ME AMAS. No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. (San Agustín)

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