JESÚS. EL CRISTO.

 


JESÚS. EL CRISTO.

En hebreo, «Jesús» significa «salvación» o «Salvador», un nombre que designaba para los profetas una vocación muy determinada. Esto explica estas palabras, cantadas con un gran deseo de ver a él: "Mi alma se regocijará en el Señor y nos alegraremos en su salvación, mi alma se consuma en tu salvación" (Salmo 12,6 ; 34,9; 118 , 81). "Brilla en mí mismo en el Señor, me alegraré en Dios, mi Salvador" (Hab 3:18 ). Y, sobre todo, "Sálvame, oh Dios, por tu nombre" (Salmo 54,3 ). Es como si dijéramos: «Tú que te llamas Salvador, manifiesta la gloria de tu nombre salvándome». Por tanto, el nombre del Hijo que nació de la Virgen María es Jesús, según la explicación del ángel: «El salvará al pueblo de sus pecados». [...]

La palabra «Cristo», a su vez, designa la dignidad sacerdotal o real. En efecto, los sacerdotes y los reyes eran «crismados», es decir, ungidos de los aceites santos; por lo que fue una señal de lo que, apareciendo en el mundo como el verdadero rey, el gran padre, recibió la unción del "aceite de alegría, que prefieren a sus compañeros" ( Ps 44,8 ). Es por esta unción que Él es llamado Cristo, y que aquellos que toman parte en la misma unción de la gracia espiritual son llamados cristianos. Que, por su nombre de Salvador, Él se digne salvarnos de nuestros pecados. Que, por su unción de gran padre, Él se digne reconciliarnos con Dios Padre. Que, por su unción de rey, nos dé el reino eterno de su Padre.

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Amén. El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “Así sea ¡” que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa, ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente o sencillamente: Sí. En efecto, este adverbio deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cfr. Fe). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. 1. Compromiso y aclamación. El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “Sea” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (1Re 1,36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm. 5,22). Todavía más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13). En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo “bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y y en este concepto tiene su puesto después de las doxologías (1 Cr 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rom 1,25; Gal 1,5;2 Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oídas se comprende su sentido (1 Cor 14,16). Finalmente, el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al aleluya.

CUANDO UNA PERSONA SE HA IDO. VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS. NO LLORES SI ME AMAS. No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. (San Agustín)

LA FELICIDAD DE JESÚS. José Antonio Pagola

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