MANUAL DE LITURGIA CATÓLICA- LECTORES




EQUIPO DE PASTORAL LITÚRGICA.

 

El Plan de Pastoral Litúrgica exige un Equipo de Pastoral Litúrgica.

Aunque esto es responsabilidad en primer lugar del presidente de la comunidad —el párroco y el equipo de sacerdotes que componen la comunidad—, pronto se vio la conveniencia de organizar grupos y equipos para la animación litúrgico-pastoral. La Ordenación General del Misal Romano, aunque no habla explícitamente del Equipo de Pastoral Litúrgica, nos da unas pistas sobre el cometido y tareas del mismo al afirmar: «La efectiva preparación de cada celebración litúrgica hágase con ánimo concorde entre todos aquellos a quienes atañe, tanto en lo que toca al rito como al aspecto pastoral y musical, bajo la dirección del rector de la iglesia, oído también el parecer de los fieles en lo que a ellos directamente les atañe.» (OGMR 73).

 

Teniendo en cuenta estos principios orientadores, podemos afirmar que

El Equipo de Pastoral Litúrgica estará formado por todos aquellos que asumen distintas responsabilidades en las celebraciones de la comunidad siendo presididos por el primer Animador de la comunidad, el párroco.

Se reunirá periódicamente para preparar coordinadamente las celebraciones de la comunidad y animar, con sentido ministerial, a la asamblea reunida en el nombre del Señor para que participe activamente de la acción litúrgica.

Estará presente en el Consejo Pastoral para garantizar no sólo la buena marcha de las acciones litúrgicas desde el punto de vista de la participación de los fieles sino desde la perspectiva de toda la pastoral litúrgico-sacramental de la comunidad.




¿SE NECESITA ESTAR CONFIRMADO PARA PODER SER UN LECTOR?

Ninguno de los documentos litúrgicos insiste en que la Confirmación deba ser un pre-requisito, aunque es preferible que el lector haya recibido el Sacramento de la Confirmación. Un lector necesita estar en buen estado sacramental con la Iglesia para que él o ella pueda participar de lleno en la celebración. En las bodas y funerales, sin embargo, un lector no católico puede proclamar una de las lecturas u ofrecer las peticiones, con el permiso del pastor.

 

¿NECESITA UNO TENER UNA EDAD EN PARTICULAR PARA PODER SER LECTOR? 

Nuevamente, los documentos no enfatizan sobre la edad. El criterio fundamental es tener un claro entendimiento de la lectura así como su contexto. Un lector necesita ser capaz de leer claramente y audiblemente; interactuar con la Asamblea a través del contacto visual y tener conocimiento de los diferentes tipos de textos y los tiempos litúrgicos. Un lector debe sentirse cómodo con el silencio y ser capaz de enfocar la atención de la Asamblea en la Palabra de Dios en vez del proclamador.

 

¿CUANDO UNA PARROQUIA TIENE MISAS PARA LOS NIÑOS DE LA ESCUELA O LOS NIÑOS DE EDUCACIÓN RELIGIOSA, PUEDE UN NIÑO SERVIR COMO LECTOR DURANTE ESA MISA?

El Directorio para Misas con los Niños (1973) dice que los niños deben participar la cantidad de maneras posibles (#22) y que “los lectores y cantores, por ejemplo, se pueden

escoger entre los niños o los adultos” (#24). Esto significa que hay que escoger aquellos que tengan un claro entendimiento de la lectura y la habilidad para proclamarla a la Asamblea.




SENCILLAS RECOMENDACIONES A LOS LECTORES.

Es bueno recordar cosas sencillas, porque en ocasiones las
damos por ya sabidas, y tal vez no se saben, o porque recordándolas, las
podemos afianzar. En este caso la catequesis va dirigida a los lectores de la
Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas


Es un servicio litúrgico de gran importancia, nunca una
excusa para intervenir, ni tampoco un ‘derecho’ de nadie. Es un servicio
litúrgico de quien sabiendo la importancia de lo que lee, sabe proclamar en
público la Palabra de Dios sin arrogancia, ni protagonismo alguno. No todos
pueden ni deben leer, porque no todos lo saben realizar adecuadamente.

Ofrecemos unas recomendaciones sencillas para los lectores.
Tal vez imprimirlas y difundirlas podría ser un apostolado litúrgico sencillo
pero eficaz.

* El lector debe entender la Palabra que proclama; si no la
entiende, no puede darle el sentido que tiene. Primero debe ser oyente de esa
Palabra -haberla leído antes, captado, rezado- y luego será el portavoz para la
Iglesia.

* Clara conciencia de que en ese momento se convierte en
portavoz de la Palabra de Dios, en su altavoz, para que todos escuchen la
Revelación que se da. En consecuencia debe ser fiel transmisor de una Palabra
que procede de Dios, escrita por los autores sagrados 🙂 hagiógrafos) y cuyo último eslabón
es el propio lector para que llegue esa Palabra a la Iglesia, aquí y ahora, en
la celebración de los Santos Misterios.

* Hay que tener especial cuidado con las palabras difíciles,
nombres inusuales, estilo de la misma lectura (poético, narrativo, exhortativo,
etc.), y por eso es bueno repasar ante las lecturas.

* El lector comunica la Palabra de Dios no sólo con las
palabras pronunciadas correctamente (correctamente, claro, no precipitadamente)
sino también con el convencimiento, el tono, el volumen, las inflexiones de voz
según las frases. No es “hacer teatro", sino comunicar adecuadamente,
porque es distinto leer para uno mismo que leer para los demás en alta voz
haciendo que los oyentes y el propio lector se enteren bien de la lectura.

* La preocupación de lector debe ser que todos se enteren y
escuchen bien la Palabra de Dios: para ello procurará leer despacio, alto y
claro, con ritmo (ni demasiado lento que distrae, ni demasiado rápido que
aturde), vocalizando, ya que el sonido llega más lento al oído del oyente. Para
eso, además, hay que mirar que el micrófono esté encendido y a la altura
adecuada para recoger la voz, sin pegarlo a la boca.

* Antes de comenzar, cerciorarse de que es la lectura
correcta: el libro debe estar abierto (y si no abrirlo por la cinta que debe
estar de modo lateral), fijarse en el día de la semana en que se está o en qué
fiesta o solemnidad. Se ha dado el caso de que el que ha leído en la misa
anterior no ha dejado la cinta en su lugar adecuado, y el que lee en la
siguiente Misa no se da cuenta y lee la lectura del día siguiente o del
anterior. También esto es señal de que no se ha preparado antes la lectura ni
se ha mirado el leccionario, tristemente.

* Al comenzar la lectura no se lee nunca lo que está en rojo,
con tinta roja: “IV Domingo de Cuaresma", ni el orden de las lecturas
tampoco se lee porque está en rojo: “Primera lectura", “Salmo
responsorial", “Segunda lectura". Es decir, nunca se lee lo que esté
escrito en letra roja, porque son indicaciones, no texto para leer en alta voz.

* Se comienza diciendo: “Lectura de…” y se termina haciendo
una pequeña pausa con “Palabra de Dios”, no seguido, como si formase parte del
texto, o leído como si fuera una pregunta “¿Palabra de Dios?", sino con
tono de afirmación-aclamación: “Palabra de Dios". Como es una aclamación,
y no una información, no se dice: “Es Palabra de Dios", ni tampoco se dirá
“Esto es Palabra de Dios".

* El salmo habitualmente debe ser cantado, o al menos, el
estribillo o respuesta. Lo excepcional debería ser que se leyese, porque la
naturaleza del salmo es la de ser un poema cantado, una plegaria con música. Si
hay que leerlo, no se dirá “Salmo responsorial” (porque está escrito en rojo)
sino directamente lo que todos van a repetir, por ejemplo: “Mi alma tiene sed
del Dios vivo", dando tiempo a que los demás puedan responder después de
cada estrofa. Ayudará mucho que el lector repita cada vez la respuesta para
facilitar los fieles que la recuerden mejor.

* El Aleluya no se lee. Si no se canta, es mejor omitirlo
porque es absurdo convertir una aclamación musical en algo fugaz leído en voz
alta.

* Lo ideal será que en todas las Misas haya un lector y a ser
posible un lector distinto para cada lectura. El salmista es el cantor del
salmo; si no lo hay, mejor un lector distinto que aquel que haya leído la
primera lectura.

* El lector o los lectores deben acercarse dignamente al
ambón para leer, sin carreras ni precipitación, con dignidad. Lo harán cuando
los fieles hayan respondido “Amén” a la oración colecta que el sacerdote ha
recitado, y no antes. Si son varios lectores, mejor que entonces vayan todos
juntos, hagan inclinación profunda al altar al mismo tiempo, y suban a la vez
hacia el ambón para evitar las idas y bajadas entre lecturas.

* Al final, dejar la cinta del leccionario bien colocada, de
manera lateral y no hacia abajo, evitando que desaparezca entre las hojas del
libro y evitar confusión alguna al siguiente lector.




REDEMPTIONIS SACRAMENTUM.

La instrucción Redemptionis Sacramentum, describe detalladamente cómo debe celebrarse la Eucaristía y lo que puede considerarse como "abuso grave" durante la ceremonia. Aquí les ofrecemos un resumen de las normas que el documento recuerda a toda la Iglesia.

LA PLEGARIA EUCARÍSTICA.

Sólo se pueden utilizar las Plegarias Eucarísticas del Misal Romano o las aprobadas por la Sede Apostólica. Los sacerdotes no tienen el derecho de componer plegarias eucarísticas, cambiar el texto aprobado por la Iglesia, ni utilizar otros, compuestos por personas privadas.

Es un abuso hacer que algunas partes de la Plegaria Eucarística sean pronunciadas por el diácono, por un ministro laico, o bien por uno sólo o por todos los fieles juntos. La Plegaria Eucarística debe ser pronunciada en su totalidad, y solamente, por el sacerdote.

El sacerdote no puede partir la hostia en el momento de la consagración.

En la Plegaria Eucarística no se puede omitir la mención del Sumo Pontífice y del Obispo diocesano.


 MANUAL DE LITURGIA CATÓLICA



COLORES LITÚRGICOS.

Azul: En España, y por ende todos los países hispanos, tienen el privilegio de usar el color azul, que simboliza la pureza y la virginidad, sólo exclusivamente en la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Lo primero que hemos que precisar es que el color azul, como tal, no es un color litúrgico. En efecto, son colores litúrgicos todos y solos aquellos que se prescriben en el punto 347 de la actual Instrucción General del Misal Romano, a saber, el blanco, el verde, el rojo, el morado, el negro y el rosado. El color azul es, hablando en puridad, un privilegio litúrgico.

Esta distinción no es quisquillosa ni rebuscada, dado que, según un venerable principio litúrgico, "todo aquello que en la liturgia no es obligatorio, está prohibido".

El sentido del privilegio litúrgico es precisamente ser una excepción a una ley general, privilegio concedido por la Santa Sede de lo cual puede hacerse uso o no; esto es lo que lo distingue esencialmente de los colores litúrgicos facultativos como el rosáceo o el negro, que no constituyen excepciones, sino posibilidades ad libitum pero que figuran explícitamente en el conjunto de normas litúrgicas de la Iglesia.

Otros colores son el azul, que es un privilegio y el color oro y plata que son tolerados. Por tanto no son verdaderos colores litúrgicos.3

3. «Rubricae, pars prima, caput XVIII, De coloribus paramentorum». Missale Romanum ex decreto Sacrosancti Concilii Tridentini restitutum Summorum Pontificum cura recognitum. (en (en latín)) (editio prima iuxta typicam edición). Turonibus: Sumptibus et typis Mame. 2 februarii 1962. p. xviii. Consultado el 7 de enero de 2015. «Paramenta altaris, celebrantis et ministrorum debent esse coloris convenientis Officio et Missae diei aut alteri Missae celebrandae, secundum usum Romanae Ecclesiae, quae quinque coloribus uti consuevit: albo, rubro, viridi, violaceo et nigro.»




ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO: ALELUYA.

La aclamación que precede a la lectura del Evangelio tiene una historia diversa. Debe tomarse en cuenta lo siguiente:

Primero, el Evangelio, como ‘ipissima verba”, es decir, las mismísimas palabras de Cristo, debe destacarse sobre las otras lecturas.

Segundo, requiere que la asamblea ponga atención; entonces, de algún modo, es importante hacer un llamado al silencio.

Luego, fuera del Tiempo de Cuaresma, transmite el gozo de recibir al Señor resucitado en la Palabra del Evangelio, pues, cuando las Escrituras se leen en la Iglesia y, especialmente, el Evangelio, “Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio” (Institución General del Misal Romano, tercera edición, IGMR, n. 29).

Finalmente, aunque no es siempre el caso, puede llevarse el Evangeliario en procesión desde el altar, donde fue colocado, durante los ritos iniciales, hacia el ambón, desde donde el diácono o, en su ausencia, el sacerdote celebrante, proclama el Evangelio, dando vida a las palabras.

ESTA ACLAMACIÓN HA CAMBIADO CON EL PASO DEL TIEMPO.

Ciertamente, desde el período en que se publicó el Misal Romano, después del Concilio de Trento, el número de lecturas para la Misa dominical se había reducido a dos, como en las celebraciones diarias. A pesar de eso, había vestigios de un salmo, “el Gradual”, llamado así porque se cantaba desde las gradas (el escalón que está antes del ambón), y luego un versículo del Aleluya. Esta yuxtaposición era incómoda, pues, era posible que no hubiera relación entre ambos, pero la Aclamación antes del Evangelio estaba presente. Durante la Cuaresma (se consideraba diferente en otros casos), el Aleluya era un versículo llamado tracto.

Renè-Jean Hesbert, en su Antiphonale Missarum Sextuplex (colección de antífonas aún muy importante), sugiere que los versículos de la antífona que se usan con el Aleluya en la Aclamación antes del Evangelio podían elegirse con libertad. Pero, eso no significa que la aclamación careciera de importancia. Esta aclamación se consideraba un momento de libertad en la Misa, donde se podían agregar tropos (versos) según se deseara, y donde el canto polifónico entró en la celebración por primera vez, especialmente en la maravillosa “a” al final del Aleluya (la última sílaba se adornaba con una prolongación llamada “jubilus”).

El Aleluya y su versículo llevó a complicaciones, y cuando los puristas sugirieron que debía haber sólo una nota por cada sílaba en los versos, poemas, se desarrolló lo que ahora conocemos como Secuencia. Esto eventualmente se transformó en himnos con métrica y comenzó a dominar este momento de la liturgia. Joseph Jungmann, en su Misa del Rito Romano menciona que se recopilaron más de 5,000 secuencias de varios Misales. Con la reforma del Concilio de Trento, sólo 4 (!) se conservaron: la de Pascua, Pentecostés, el Sagrado Cuerpo y Sangre de Cristo, y la de Nuestra Señora de los Dolores. Estas 4 permanecieron después de la reforma de 1968, y se cantan antes del Aleluya.

LA REGLA ACTUAL SOBRE LA ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO.

Hablando de la reforma, ¿cuáles son las reglas que rigen la Aclamación antes del Evangelio hoy? Es interesante que la Introducción al Leccionario se refiere a la Introducción General Misal Romano (n.63), en la que la Aclamación que precede al Evangelio es un rito en sí mismo. Es la celebración de la llegada de Jesucristo entre nosotros por medio de su palabra, proclamada por el Diácono o el Sacerdote. La instrucción del rito va más allá y dice que la aclamación es una declaración de credo, una declaración de fe en Jesús.

Los versículos se deben elegir del Leccionario, ya sea el prescrito del día o de la temporada o alguno similar tomado del Gradual Romano. Si la Aclamación no se canta, se puede omitir, al menos en los casos en que sólo se proclama una lectura antes del Evangelio. Pero, en los domingos o días de obligación, siempre se canta.

Cómo elegir el arreglo musical adecuado

Pastoralmente hablando, es buena idea tener un pequeño grupo de arreglos musicales de la Aclamación antes del Evangelio, quizá uno para cada tiempo litúrgico. Por ejemplo, para Navidad y Pascua, yo prefiero un arreglo fuerte, un tono que evoque el tañer vivaz de las campanas; pero, en Adviento y el Tiempo Ordinario, me gusta una forma simple que mantenga la noción de Aclamación, como declaración de fe. Pero, si se hace una verdadera procesión del Evangelio en este momento de la liturgia, asegúrense de que el Diácono o el Sacerdote no camine en silencio. Pues, ese no sería el modo en que la liturgia se desenvuelve.

Pues aquí tienen unas palabras de la Aclamación antes del Evangelio, esta fascinante parte de la Misa, con una historia llena de riqueza y colorido.





LITURGIA DE LA MISA

VIVIR Y MANIFESTAR LA PARTICIPACIÓN ACTIVA EN LA MISA.

 

Juan Pablo II, en 1988, dejó escrito que la reforma litúrgica debía considerarse de alguna manera ya cumplida. Que la faceta siguiente, para reafirmarla, debería ser

“una profundización cada vez más intensa de la liturgia”.

La reforma litúrgica de la Misa promovida por el Concilio Vaticano II implica fundamentalmente la participación activa; y lograr una plena participación exige la profundización de la liturgia.

Antes de la renovación litúrgica, muchos veían la Misa como una acción del “celebrante” – él decía la Misa – y los fieles la “oían”, la seguían como asistentes. El Vaticano II insiste en que la Misa es una acción de toda la asamblea, en la que cada

miembro participa uniéndose al sacrificio de Cristo.

Para que esta participación de todos se viva y se manifieste hay que cuidar los signos. Por ejemplo: El sacerdote no celebra él personalmente la Misa, él la preside como instrumento de Cristo. La Misa es acción de Cristo y de la Iglesia en la

que todos (sacerdote y fieles) deben esforzarse por unirse a su Señor, aunque con funciones distintas.

Los llamados a representar a Cristo –obispos y presbíteros – deben respetar la norma del Concilio Vaticano de hacer todo y sólo lo que les corresponde sin creer que son el celebrante principal de la Misa.

Cuando se “escucha” o se “ve” una Misa por Radio o Televisión es frecuente oír la voz del que preside dominando sobre la de los fieles, destacada - especialmente cuando hay micrófono – incluso en las partes que corresponden a la asamblea, como

“Este es el cordero de Dios”, que es exclusivo de los fieles o en los fragmentos que el celebrante que preside dice como miembro de la asamblea, “El Padrenuestro”, por ejemplo.

Si se quiere lograr un verdadero y expresivo estilo, que ayude a vivir la celebración de la Misa como “acción de Cristo y de toda la asamblea”, la voz del que preside no debe sobresalir ni ahogar la voz de la asamblea.

La Misa es acción de Cristo y el sacerdote y los fieles nos unimos. El sacerdote preside y todos concelebramos. Las Normas distinguen para el sacerdote que preside hasta cuatro tonos de voz diferentes. La reforma litúrgica es cosa de todos. (Pedro Farnés).

LA VENERACIÓN A LA VIRGEN: PARALITURGIAS.

LA SALVE REGINA:

Es una oración muy antigua pues ya existía en el siglo XI. La Salve es una oración que gusta por su brevedad y sencillez, por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente. Comienza con un saludo a base de sucesivos piropos: “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve”. Enseguida la nombramos con el mejor título que posee:

Madre y además, misericordiosa. Vida, dulzura, esperanza son piropos de cariño destinados a ganarnos su benevolencia. Continuamos pidiendo su mediación: “A ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. La Madre es nuestra abogada, la que siempre nos ampara: “Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”. Si la Virgen no nos ayuda y ampara ¿Quién lo hará?

A continuación, le hacemos la única petición que contiene la oración: “y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. Termina la oración con una coda: “¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!” La coda, atribuida a San Bernardo, es el broche final y la despedida de esta hermosísima oración que concluye de modo magistral pronunciando simplemente el nombre de María.



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CULTO A LA VIRGEN: MEMORIAS.

LOS DOLORES DE LA VIRGEN: El 15 de septiembre tiene su origen en el apostolado de la orden Servita y fue extendida a toda la iglesia por Pío VII en 1814. Los Siete Dolores de la Virgen, simbolizados en un corazón con siete puñales, son: los padecimientos de Cristo ante la Cruz, la Crucifixión, la muerte en la Cruz, la Lanzada, el Descendimiento, la Piedad y el Entierro. Fue introducida en el calendario universal por el papa Pío VII en el S. XIX siendo Pío X quien la sitúa en el 15 de septiembre. Es una memoria de origen devocional que remonta a la Edad Media. Tiene un gran contenido teológico: recuerda la presencia de María al pie de la Cruz. Al celebrarse al día siguiente de la Exaltación de la Cruz “es una ocasión propicia para revivir el momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto al Hijo exaltado en la Cruz a la madre que comparte su dolor” (MC 7)..













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Amén. El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “Así sea ¡” que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa, ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente o sencillamente: Sí. En efecto, este adverbio deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cfr. Fe). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. 1. Compromiso y aclamación. El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “Sea” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (1Re 1,36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm. 5,22). Todavía más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13). En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo “bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y y en este concepto tiene su puesto después de las doxologías (1 Cr 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rom 1,25; Gal 1,5;2 Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oídas se comprende su sentido (1 Cor 14,16). Finalmente, el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al aleluya.

CUANDO UNA PERSONA SE HA IDO. VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS. NO LLORES SI ME AMAS. No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. (San Agustín)

LA FELICIDAD DE JESÚS. José Antonio Pagola

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