JOSÈ EL SOÑADOR PRE-FIGURA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.

 



JOSÈ EL SOÑADOR PRE-FIGURA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO.
PARTE DOS.

Siempre que alguien surge como la representación de la Verdad delante de quienes abrazaron las vías del pecado, o los convierte o crea en ellos un odio mortal que llevará hasta el exterminio de esta "santidad viva" que está delante de sus ojos, pues la presencia de un justo es el peor tormento para aquel que no tiene la consciencia limpia.

Fue lo que ocurrió con José de Egipto, como nos narra San Juan Bosco:
Un día los hijos de Jacob habían llevado los rebaños para lejanos pastizales. Entonces dijo el padre a José: Anda a ver si tus hermanos están pasando bien y traedme noticias de ellos. José obedeció prontamente. Sus hermanos, cuando lo vieron, dijeron unos a los otros: Ahí viene nuestro soñador; matémoslo y tirémoslo a una fosa. Diremos después al padre que una fiera lo devoró. Así habremos de ver de qué le valen sus sueños. Rubén, que era el mayor, se oponía a ese criminal intento y, buscando salvarlo, dijo: No lo matéis; será mejor que lo tiréis al fondo de esta cisterna abandonada. Así decía en la intención de sacarlo después y llevarlo ocultamente al padre. Apenas José llegó, sus pérfidos hermanos le cayeron luego encima, lo despojaron de sus vestimentas y lo descendieron a tal cisterna, esto es, a un pozo que, felizmente, no tenía agua en la ocasión.

Consumada la inicua acción, se pusieron a comer y beber tranquilamente. Rubén, sin embargo, no consiguió comer; y muy inquieto, se alejó, pensando en la manera por la cual podría salvar a su hermano. Pocos instantes después, pasaron casualmente por allí algunos mercaderes de Madián, que se dirigían a Egipto. A ellos fue vendido José por veinte monedas. Fueron vanas las súplicas de José, que pedía compasión. Ellos fueron insensibles a sus ruegos y a sus lágrimas. Sacado de la cisterna, fue entregado a los mercaderes, que lo llevaron consigo a Egipto. José contaba entonces con 17 años de edad. (Año 2276 a.C.)." [2]

La esencia del relato todos la conocemos, lo que muchas veces nosotros olvidamos es que la razón principal del odio de los hermanos de José era por el hecho de que él era inocente. Esto los incomodaba y no les permitía dar lugar a sus crímenes mientras hubiese aquella "barrera".

Fue precisamente eso lo que sucedió con Nuestro Señor. Los fariseos y los Maestros de la Ley ya no lo soportaban más, pues era tan extraordinaria y evidente su santidad - Él que es la Santidad en substancia - que o ellos lo destruían o se destruían a sí mismos. "Su presencia nos incomoda", dice el salmista.

Aquí tenemos algunas de las características de semejanza entre José de Egipto y Nuestro Señor Jesucristo:
José fue acusado por un gran crimen; Jesús fue acusado de blasfemia; José era el más amado del Padre; de Jesús el Padre declaró ‘Este es mi Hijo amado'; José predice su gloria futura; Jesús predice que lo verían sentado a la derecha del Padre;

Los hermanos de José conspiran contra su vida; Los fariseos y maestros de la Ley traman la muerte de Jesús;
José es vendido por 20 monedas; Jesús por 30;
Las ropas de José quedan teñidas de sangre; a Jesús humillaron con una muerte sangrienta en una Cruz;
José es condenado por Putifar sin que nadie lo defienda; Jesús también es condenado sin que nadie tome su defensa;
José sufre en silencio; Jesús sufre todos los tormentos sin abrir la boca;
José entre dos criminales prevé la muerte de uno y la elevación del otro; Jesús crucificado entre dos ladrones predice a uno que estará en el Paraíso y el otro muere en la impenitencia;
José queda tres años en la prisión; Jesús permanece tres días en la tumba;
José llega a la gloria después del sufrimiento; ‘Es preciso que el Hijo del hombre sufra para entrar en su gloria';
José es hecho el señor de la casa del faraón; Jesús es jefe de toda la Iglesia y de todas las criaturas."[3]

Entretanto, José de Egipto reconquistó la bienquerencia de sus hermanos y no fue muerto por ellos. Lo que nos hace ver que la maldad de los fariseos y Maestros de la Ley que mataron a Nuestro Señor era mucho mayor que la maldad de los hermanos de José. Incluso después de Nuestro Señor haber resucitado, los fariseos hicieron de todo para que el hecho quedase oculto, pues no se habían convertido.

Pero también, la salvación que Nuestro Señor trajo a sus hermanos es infinitamente mayor y mejor que la de José de Egipto.

[1] GARRIGOU-LAGRANGE, El Salvador y su amor por nosotros. trad. José Antonio Millán. ed. 2. Madrid: Rialp, 1977. p. 104, 105. Tradução nossa.
[2] São João Bosco, História Sagrada. ed. 12. São Paulo: Livraria Editora Salesiana, 1961. p. 47.
[3] MAITRE, Abbé. Grande Christologie, Le livres des figure prophetique. Paris: F. Wattelier et cie, Libraires, 1873. p. 125,126.

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Amén. El término amén, lejos de corresponder siempre exactamente a la traducción actual de “Así sea ¡” que expresa un mero deseo, pero no una certeza, significa, ante todo: Ciertamente, verdaderamente, seguramente o sencillamente: Sí. En efecto, este adverbio deriva de una raíz hebraica que implica firmeza, solidez, seguridad (cfr. Fe). Decir amén es proclamar que se tiene por verdadero lo que se acaba de decir, con miras a ratificar una proposición o a unirse a una plegaria. 1. Compromiso y aclamación. El amén que confirma un dicho puede tener un sentido débil, como cuando decimos “Sea” (Jer 28,6). Pero las más de las veces es una palabra que compromete: con ella muestra uno su conformidad con alguien (1Re 1,36) o acepta una misión (Jer 11,5), asume la responsabilidad de un juramento y del juicio de Dios que le va a seguir (Núm. 5,22). Todavía más solemne es el compromiso colectivo asumido en el momento de la renovación litúrgica de la alianza (Dt 27,15-26; Neh 5,13). En la liturgia puede este término adquirir también otro valor; si uno se compromete frente a Dios, es que tiene confianza en su palabra y se remite a su poder y a su bondad; esta adhesión total es al mismo tiempo “bendición de aquel al que uno se somete (Neh 8,6); es una oración segura de ser escuchada (Tob 8,8; Jdt 15,10). El amén es entonces una aclamación litúrgica, y y en este concepto tiene su puesto después de las doxologías (1 Cr 16,36); en el NT tiene con frecuencia este sentido (Rom 1,25; Gal 1,5;2 Pe 3,18; Heb 13,21). Siendo una aclamación por la que la asamblea se une al que ora en su nombre, el amén supone que para adherirse a las palabras oídas se comprende su sentido (1 Cor 14,16). Finalmente, el amén, como adhesión y aclamación, concluye los cánticos de los elegidos, en la liturgia del cielo (Ap 5,14; 19,4), donde se une al aleluya.

CUANDO UNA PERSONA SE HA IDO. VÍSPERAS DE TODOS LOS SANTOS. NO LLORES SI ME AMAS. No llores si me amas... Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo... Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos... si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas palidecen... Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía... ese día volverás a verme. sentirás que te sigo amando, que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. volverás a verme en transfiguración, en éxtasis feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me amas. (San Agustín)

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